Me gusta ver a mi hija
en la intermitencia del revoloteo
que brilla e ilumina este desorden,
ese aparecer y desaparecer
enmarca tan bien su belleza.

Ella en la cocina es mi árbol verde
es un gran libro por leer
que con sus páginas de risa blanca
va iluminando este gran desierto amarillo,
reflejo extraviado de todos mis versos

Los colores de las plazas
son amigos de los niños
como el blanco vaporcillo
de los celestes cristales de la memoria

La ilusión repentina
que se desprende de sus manos
muda la creciente distancia
del día a día.

Las miradas encriptadas
detrás de los ventanales,
lentamente volverán
a cantar la espera,
mientras entibian la memoria
que se empeña en mecer
lo ajeno de las despedidas.

La alegría desbordada
finge su propia aventura,
para no nublar los destino
en donde habitan mis palabras.

Sobre la tela
vuelan los pájaros
acompañando el entusiasmo del acorde
entre sus pasos y los míos.

Me aferro a ti
como a una cuerda en el vacío.

Princesa
cuando me acompañas
el jardí­n y la playa
tienen sentido,
cuando te alejas
soy un mendigo,
cuando tomas mi mano
ya no existo.