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Como todos los que vivimos en la ciudad, caminamos apresurados y preocupados por los problemas habituales del día a día, con su carga pesada que resolver, tomando la oscuridad y la luz de la mañana solamente como referencia para dormir y levantarse, pero sin encontrar la decisión y las ganas de hacer de los otros días que vendrán un cambio profundo y radical.

Así me encontraba yo, en todo hallaba motivo de zozobra, desde la posibilidad de un terremoto hasta el temor de que un rasguño me diese el tétano; “el hombre aprende a ser valiente como el niño aprende a hablar” decían los griegos, pero yo habría jurado que esto no rezaba conmigo, hasta que un viaje de trabajo me llevo a la ciudad de Cajamarca, mostrándome sus estrechas calles, sus casonas antiguas y en algunos sectores construcciones mas recientes; avanzando ya hacia las afueras se encuentra el pueblo de Porcon, diecisiete kilómetros mas arriba se encuentra la mina de Yanacocha a 4,100 metros, montaña de oro que transforma dicha región.

Y como lo hacen todos al viajar, uno lleva aparte de su equipaje, los temores y los problemas que al llegar la noche en el cuartillo me atormentaba pensando en la recesion económica, las cuentas por pagar, no pegaba los ojos, me picaban las sabanas, antes que amaneciese salte de la cama y vistiéndome apresuradamente salí a la calle, y el silencio me tomo de la mano, a poco me halle sentado en un muro, di algunos pasos y me encontré rodeado por las confusas sombras de la noche, teniendo fija la intranquila mirada en la menguante luz de las estrellas, un soplo de viento me trajo una voz que decía “en el silencio y la meditación hallamos fortaleza y acierto para resolver nuestras dificultades” tiñeron el cielo los primeros y aun indecisos tintes de la aurora, vi. Con tristeza crecer la claridad del nuevo día, luego fui cayendo en un ensueño que borraba toda noción del tiempo, la esplendorosa majestad con que el mundo renacía a la luz, el misterioso hechizo de ese vasto conjunto de colores y bullir de vida me embelesaron el pensamiento y suavizaron la aspereza de las ideas que me atormentaban ¿Cuánto tiempo no contemplaba el amanecer? Años de años, siendo niño solía levantarme con mis abuelos y extasiarme ante el nacimiento del día, el cielo era ahora piélago de luz como si llegase de lejanas playas, de un mar resplandeciente ¿Cómo podían los hombres dormir desentendidos de tal hermosura?.

Si solamente amaneciera una vez en cada siglo, nadie se perdería el espectáculo, todo el mundo madrugaría para contemplar a cielo abierto esa llamarada de maravilla, los recuerdos de mis primeros años adquirían súbitamente vivida y elocuente realidad, el piar de los pájaros que saludaban en los confusos y crecientes ruidos que se escuchaban por doquier, todos esos sonidos traían como lejanos ecos la voz de abuela diciéndome “obra bien por mucho que te duela y los dioses te sostendrán” me enderece, respire a pulmón henchido, satisfecho como hombre, sabiendo que el mañana siempre cuida de si mismo.

Texto agregado el 11-05-2009, y leído por 189 visitantes. (0 votos)


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