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Por fin me he dado cuenta porqué no me gustan los domingos por la tarde, porque son momentos llenos de nostalgia...y al recordar se pone en funcionamiento lo más elemental del hombre, su consciencia.

Cuando hemos visitado a personajes de nuestro pasado, los domingos por la tarde son el pesar de que todo tiempo pasado fue distinto -no siempre mejor- y de que en verdad vale la pena recordar hasta los detalles de la vida...después de todo, ellos son la vida misma.

Después de visitar amigos de hace tiempo, la conclusión triste es el darse cuenta de que uno no asimila el pasado sino cuando las aguas de la vida son ya desbordantes bajo el puente de cada persona que hemos conocido.

Ahí vamos, miramos y decimos "Qué carajo, como pasa el tiempo..." Y nos damos cuenta que la peor cita del hombre libre no es con la muerte, es con el pasado. El anhelo de recordar es tan brutal que golpea nuestras memorias, exprime las mentes y extingue todo deseo de experimentar el presente...

todo eso cuando se ha llegado al punto sin retorno, ése que no permite disfrutar el presente, porque el pasado es tan melancólico, tan real, que vale la pena un presente basado en el recuerdo sin límites.

Llegaremos asi, a un desmesurado devenir de imágenes que vuelan frente a los ojos de aquél que por su buena memoria tiene un presente que se desborda de hechos, todos de un pasado más o menos presente, más o menos lejano...

Así es el delirio, asi es la locura más loca de todas. La del recordar sin cesar un instante, lo que fue, lo que vio, lo que dijo, lo que pasó, lo que murió...pero sobretodo: lo que cambió.

¿Y qué es el futuro en ése momento fatal? No es un block con sus hojas pulcras, como recuerdos de monja, ni una historia a medio escribir...ni mucho menos un reloj detenido en el presente.

Simplemente un destino embarrado en los recuerdos del ayer, proyectados por un segundo en el hoy para que luego contribuyan a la misma melancolía inicial...viciosa...enfermiza y circular...quizá por eso los domingos por la tarde son tan, tan desmesuradamente largos y grises.

Luego, viene la parte del patio con tierra, un perro perdido y distintas nanas en tránsito por una infancia que sabía lo que venía como ahora lo sabe un hombre cualquiera que recuerda.

Así se forjaron también lo proyectos de millones que trazaron los planes de su propia vida para terminar jugando a la apuesta del haber cumplido o no lo esbozado, como los libros de puntillismo donde hay que juntar los puntos en orden y aparece una figura...

Son las encíclicas cantadas de años de vidas infantiles sometidas al rigor del tiempo. Tan invencible, que no es posible eludirlo, tan grotesco, que no es posible terminar de concebir su maldad, su crueldad con la persona, haciéndola revolcarse en el desequilibrio del recuerdo.

Es la debacle del pensar, el riesgo de vivir y el perjuicio de recordar, que combinan a todo eso quien sabe donde y en un arranque de lucidez suprema optan por llamarlo vida.

Lo más curioso es el hecho de que las palabras resulten increíblemente insuficientes par retratar lo que subyace al espíritu de los que ocupan la tierra...

Y en el medio de toda esa borrasca demencial, El Coronel, o si se quiere, el humano de turno...


El Coronel

Texto agregado el 11-05-2009, y leído por 90 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
29-05-2009 Pero...sin los recuerdos seríamos nada y volverías a caer una y otra vez en lo mismo y seria tan rutinario y diriamos "por qué me paso esto.." una y otra y otra vez...pero sí, los domingos son fomingos y la mayoría me brindan melancolía. Saludos y gran escrito. freya
 
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