Los gigantes e interminables eucaliptus que bordean la ruta, jugaban con la oscuridad y el frío para hacer de la noche una pintura tenebrosa; yo arrojé la colilla del cigarrillo y la brasa salió disparada para perderse en la niebla que cada vez se hacía mas espesa, por esa misma razón y nuestra algarabía adolescente, divisamos el auto que avanzaba hacia nosotros muy despacio cuando ya casi estaba encima, nos arrojamos entre los pastos de la banquina y dejamos que pasara, desconfiando que fuera un patrullero en busca de vagabundos noctámbulos como nosotros.
El ford fairlane aminoró aún mas la marcha, salió de la ruta a escasos metros nuestro y se ocultó entre los eucaliptus. La fina llovizna ahogaba las luces traseras del automovil, las delanteras se apagaron y encendieron un par de veces. De una bocacalle abandonada e intransitable llegó el rugido de otro motor al encenderse, la ambulancia dodge emergió de la nada y estacionó a la par del auto, los ocupantes de ambos vehículos bajaron con prisa y abrieron la cajuela del fairlane; uno de los individuos sacó el bulto del baúl para introducirlo en la ambulancia.
Aquellos interminables piesecillos de mujer que escaparon a su envoltura, inertes, se aferraron a nuestros ojos como si no quisieran perder contacto con este lado de la realidad, o en un desesperado pedido de auxilio.
Después la noche oscura, fría, corrimos, corrimos como le hubieran gustado correr a aquellos pequeños pies desconocidos, indefensos, que algunas noches me alcanzan.... |