| Cuento participante del reto 6 prosa
 
 El Regalo
 
 El niño era hermoso, ojos como los de su madre de un celeste
 cristalino.
 Su madre, Ingrid, una joven de Misiones, poseía una belleza
 atípica, ojos claros y un pelo rubio que caía en cascada
 sobre sus esbeltos hombros de un dorado intenso, sus ancestros paternos,
 Alemanes y por el lado materno Guaraníes, le daban ese aire de diosa
 pagana que enloquecía a los hombres.
 Su hijo recién nacido, producto de una relación ocasional de
 las muchas que tenía, crecería sin saber quien era su padre,
 ella también lo ignoraba.
 La pobreza marcaba a su familia desde hacía años, y la
 prostitución su única salida.
 Era su primer hijo, creía que Dios la redimía al darle ese
 niño, feliz, pese a su pobreza, a su profesión, por primera
 vez, tenía algo suyo, alguien por quien vivir.
 El viejo hospital donde tuvo el parto tenía las falencias de todos
 los nosocomios de provincia, carencias elementales, pero un personal
 maravilloso, el médico y las enfermeras de pediatría eran
 seres maravillosos.
 Muchas veces mientras tomaban un tereré en la guardia, conversaban
 sobre las parturientas, sus hijos, problemas sociales de la provincia, y se
 involucraban más allá de sus obligaciones.
 Ingrid pasó su primer día en el hospital
 recuperándose y tratando de amamantar a su bebé, pero no
 tenía leche, deberían darle un sustituto en polvo que por
 supuesto el hospital no tenía.
 Nadie visitaba a Ingrid y su bebé, solo tenía una hermana en
 Capital, trabajando decía, Ingrid no preguntaba, cada tanto llegaba
 una carta que ella contestaba.
 El primer tarro de leche le salió treinta pesos, para Ingrid era
 mucha plata, pero estaba dispuesta a todo por él.
 Al tercer día llegó el alta, médico y enfermeras que
 se habían encariñado con la mamá y su bebé le
 hicieron un regalo para el niño, Ingrid lloró agradecida y se
 despidió de esa buena gente.
 A la semana la leche se acababa y ella no estaba en condiciones de comprar
 otra lata, su pecho aún se resistía en dar lo que para el
 bebé y ella serían, oro blanco.
 Retomar su actividad, imposible aún.
 No quedaba otra, había que hacerlo. En su pequeño ropero
 estaba la caja, el regalo del médico y las enfermeras, lo guardaba
 como si fuera un tesoro, era el segundo regalo que había recibido en
 su vida, y no era de ella, sino del niño, el suyo recordó
 había sido una muñeca, de su primer cliente, un camionero
 Brasileño que la contrató en la ruta 14, y después de
 poseerla por 5 pesos, le dio lástima verla tan chica y le
 regaló esa muñeca que antes colgaba de la cabina.
 No dudó más tomó un papel e improvisó un aviso
 que llevaría al almacén, seguro aparecería un
 interesado, el aviso decía: “vendo zapatos de bebé, sin
 usar”. Lloró tanto y se agitó, que milagrosamente le vino la
 leche, el bebé dejó de berrear. Rompió el aviso,
 mientras amamantaba, sonreía feliz.
 
 
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