EL DUOMO DE MILÁN
Foto de rigor en la piazza sembrada de turistas y palomas.
Atrás, la escenografía del Duomo, majestuosa catedral
gótica, pródiga de estatuas, agujas, ojivas y filigranas.
El mármol dúctil, cremoso, forma arabescos que se aprecian
mejor desde el techo, antesala del cielo.
Obra de muchas manos, la Catedral de Milán es el contrapunto de la
torre de Babel. Los hombres que la construian pecaron de soberbia,
pretendiendo llegar hasta el cielo.
Pero el Duomo se detiene a tiempo. Pone como límite, en la
más alta de sus agujas, una madonnina dorada, la cereza del
postre, que brilla en los escasos días de sol del invierno
milanés.
Resulta hasta ostentoso con sus cuatro mil estatuas, pero se rescata con
la modestia de su interior, con la sobriedad y desnudez de las columnas que
separan la nave principal de la lateral y con las multicolores rosetas,
filtros de una luz que se funde con la penumbra, invitando a la
oración.
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