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Ella llegó al pequeño pueblo al que los campesinos le habían indicado; luego de haber caminado a través de las espesas llanuras por varios días, así que naturalmente estaba muy agotada por el viaje. Entró a la primera posada que encontró a la entrada del pueblo y se sentó en una de las mesas libres. El lugar no estaba muy lleno, solo por unas pocas personas comiendo y un grupo de muchachas que jugaban cartas, reían y hacían apuestas.

-Buenas tardes, ¿vas a ordenar algo?-le preguntó una mesera.

-Solo quiero un vaso de agua fría.

-Enseguida.-respondió.

No tardó mucho en traerle su vaso de agua, la cual se tomó lo más pronto que pudo y luego se levantó de la mesa dirigiéndose hacia el encargado de la posada.

-De casualidad no habrá visto pasar por aquí a un grupo de chicos como de mi edad vestidos todos con unos abrigos largos y sombreros de ala ancha.-preguntó ella.

-No he visto a nadie así, pero si los veo te aviso.- respondió el señor.

-Qué raro. De seguro están escondidos preparando una emboscada o algo así.

Salió de la posada con la mano cerca del cinturón donde llevaba su revólver, miró hacia ambos lados pero no vio a nadie que se le hiciera familiar. Siguió recorriendo el pueblo, un poco más relajada, y anduvo un rato paseándose por el mercado. La gente de allí parecía ser muy amable y muy trabajadora, en general se veía como un pueblo tranquilo y pintoresco. Caminó hasta las afueras del pueblo, donde el aire era mucho más fresco y el pasto más abundante y más verde. Siguió caminando hacia enfrente en línea recta, hasta que se alejó tanto que ya no podía ver la entrada desde donde estaba. El Sol ya comenzaba a ocultarse entre las montañas. Cerca de ese lugar encontró una casa, algo vieja, y después de inspeccionarla un poco se dio cuenta de que estaba abandonada. No faltaba mucho para que oscureciera y ella no tenía donde dormir así que decidió quedarse ahí.

Entró a la casa y no estaba tan desordenada como ella creía, talvez hasta había sido abandonada recientemente. Salió por la puerta trasera; en el patio había un pequeño pozo y bastantes árboles que se extendían a ambos lados. Era muy raro encontrarse con tantos árboles en una zona tan árida como esa. Se asomó al pozo, éste estaba completamente seco. El patio le pareció un lugar más cómodo para dormir que adentro de la casa, así que abrió su mochila y sacó una hamaca. Subió a uno de los árboles más robustos y amarró ambos extremos de la hamaca entre las ramas. Una vez terminando de instalarse tomó una fruta que estaba cerca, un chicozapote y se lo comió tranquilamente, tirando las semillas al suelo. No había comido desde aquella vez que unos viajeros le convidaron algo de sus provisiones, que no había sido más que queso y un poco de carne asada. Tenía suerte de encontrar algo comestible en aquel lugar tan árido. Aprovechó la ocasión y comió tantos como pudo. Para ese entonces ya era de noche, de vez en cuando se podían oír a unos cuantos búhos cerca de su árbol y el aullido de algunos coyotes en la lejanía. Las estrellas se veían con claridad en el despejado cielo nocturno y una brisa refrescante soplaba, agitando levemente las hojas de los árboles y produciendo un sonido agudo pero suave. Con todo ese ambiente pacífico que la rodeaba se quedó dormida en su hamaca casi de inmediato, sin importarle nada más.

Al día siguiente se levantó muy temprano, todavía estaba oscuro cuando abrió los ojos. Bajó a tierra firme para estirarse y dar un paseo antes de que saliera el Sol; el calor que hacía a mediodía en ese lugar era casi insoportable.

Un viejito montado en un burro pasó por ahí con unos canastos llenos de cazuelas, y por la dirección que llevaba parecía ser que se dirigía hacia el pueblo. Se acercó a él y lo saludó.

-Buen día señor. ¿No tendrá de casualidad un poco de agua?

-Lo siento mucho muchacha, hace rato me tomé hasta la última gota. De veras que ya no traigo más.

-Pero mira, hay un pequeño lago cerca de aquí, está en esa bajadita que se ve por allá.-dijo señalando un lugar que quedaba un poco más adelante.- Ahora si me disculpas, tengo que ir al pueblo a vender mis cosas. Se me hace tarde.

El anciano prosiguió con su camino y ella fue directo hacia donde éste le había indicado, con la esperanza de poder calmar un poco su sed. Comenzó a descender por esa parte hundida del terreno, llena de pasto alto y unos pocos árboles chaparros; hasta llegar a la orilla del lago. Se acercó y tomó un poco de esa agua cristalina y fresca entre sus manos para después beberla con ansias. Volvió a tomar otro poco de agua, cerró los ojos y enjuagó su cara. Justo cuando abrió los ojos y por una fracción de segundo, divisó la figura de un enorme caballo negro reflejada en el agua, justo al lado de ella. Volteó tan rápido como le fue posible pero no había nada. Se puso de pie y cuando se disponía a regresar caminando al pueblo se topó con una señora que traía una carreta tirada por un par de toros blancos.

-Buenos días jovencita ¿acaso vas al pueblo?-preguntó amablemente la señora.

-Si, allá voy.-respondió ella.

-Yo solo voy de paso, pero si quieres puedes subirte atrás.

Ella aceptó y cuando llegaron al pueblo dio las gracias y se bajó cerca de la posada a la que había ido el día anterior. El Sol ya mostraba sus primeros rayos de la mañana, la gente se paseaba de un lado a otro comprando los mandados o yendo a trabajar. Pensó en entrar de nuevo y pedir algo de comer, pero para su desgracia tenía poco dinero y sabía que lo iba a necesitar más adelante para continuar con su viaje. Por esta vez tuvo que quedarse con el estómago vacío; ya después conseguiría dinero y compraría provisiones. De pronto ya no se sentía tanto calor. Levantó la vista y vio como el cielo se empezaba a oscurecer lentamente. ¿Acaso llovería? Empezó a relampaguear.

Un rayo cayó estruendosamente sobre uno de los árboles de la plaza, prendiéndole fuego. Las llamas eran algo extrañas, tenían una tonalidad azulada y se extendían por todo el árbol. Las personas se amontonaron para saber que sucedía, todos estaban asustados por el repentino cambio de clima y decían que era un mal presagio.

-¡Miren! ¡¿Qué es eso?!- gritó un hombre señalando una nube de polvo que se acercaba hacia la multitud a toda velocidad por la entrada del pueblo.

Al principio nadie distinguía qué era aquella figura, pero conforme fue acercándose pudieron darse cuenta. Era un corcel de color negro que galopaba velozmente. Montado sobre él, venía un esqueleto de ojos rojos, de colmillos puntiagudos y apariencia diabólica, que vestía de botas, chaleco, sombrero café y otras prendas antiguas.

El caballo sacaba humo y fuego por la nariz, no tenía ojos, solo los orbitales vacíos, dentro de los cuales se veían arder las mismísimas llamas del infierno.

-¡Es el demonio!- gritó una señora en cuanto lo vio, y corrió a su casa llevando a sus hijos dentro.

La gente huía espantada por la aparición del caballo demoníaco, se encerraban en sus casas y algunos se ponían a rezar. El animal relinchaba salvajemente y se alzaba en dos patas, mientras su jinete lanzaba disparos al cielo. Ella salió corriendo también y volteaba hacia atrás para asegurarse de que no la estuviera persiguiendo. Dobló en una esquina y se escondió en un callejón, encuclillada detrás de unas láminas oxidadas.

Pasó un rato, ya no se oía nada. Cuando creyó que ya no había peligro se puso de pie. Estaba dispuesta a salir lo más pronto posible, pero al voltear se encontró frente a frente con el demonio. Antes de que pudiera siquiera sacar su revólver, el esqueleto le disparó directo en el corazón con una pistola antigua al igual que sus prendas. Un poco de sangre brotó de la herida e inmediatamente ella se desplomó en el suelo. Su vista se nublaba poco a poco hasta que sus ojos se cerraron completamente.

Fue abriendo los ojos despacio y muy confusa, todo estaba oscuro a su alrededor. No recordaba muy bien lo que había sucedido, ni sabía donde estaba ahora. Palpó a su alrededor; todo era de madera, como una especie de caja en la que estaba encerrada, un ataúd tal vez, eso era lo más probable. Con sus manos empujó la tapa, efectivamente era un ataúd, y salió de éste. Se encontraba en un panteón repleto de maleza y rodeado por unas cuantas colinas; al lado del ataúd había una fosa rectangular recién excavada y dos palas tiradas en el suelo. Fue entonces cuando se acordó de todo lo que pasó antes, del caballo, el esqueleto, la gente gritando y corriendo asustada y de ese disparo que había recibido. Sin embargo no tenía ninguna herida.

El cielo seguía nublado, al parecer iban a sepultarla pero no vio a ninguna persona cerca de allí. Delante de ella había un enorme árbol, era un baobab, jamás había visto uno de esos, tan sólo los conocía por los libros. Alcanzó a ver algo que resplandecía entre la hierba. Debajo del baobab estaba un cráneo humano atravesado por un sable. Se acercó lo suficiente para poder inspeccionar mejor. El cráneo se veía que era viejo, de un ligero color amarillento, y estaba atravesado justamente por la mitad. A diferencia de éste, el sable se veía como si fuera nuevo, estaba reluciente y sin un solo rasguño. Tomó la empuñadura con su mano derecha y puso su pie izquierdo sobre el cráneo, logrando sacar la afilada hoja al primer intento. Sintió una presencia extraña; volteó, ahí estaba de nuevo frente a ese caballo negro que se aparecía por doquier, solo que esta vez no llevaba jinete ni tampoco estaba ensillado.

El animal la miraba fijamente a los ojos como si estuviera esperando algo. Ella se sorprendió al verlo tan tranquilo, tan manso. Le pasó una mano sobre la nariz sin que éste se molestara en lo más mínimo. No lo pensó por más tiempo y de un brinco se subió al caballo sosteniendo aún el sable que acababa de apropiarse. Apenas se había subido al equino, cuando comenzaron a salir de atrás de las colinas una horda de esqueletos, todos montados a caballo y con pistolas en mano, cabalgando cuesta abajo hacia donde ella estaba. Sin embargo no huyó y se esperó hasta que llegaron. Ellos se detuvieron a unos pocos metros; desde esa distancia parecía que eran más de mil. Salió uno solo de entre toda esa multitud, montado en un caballo pinto y se acercó a ella. Traía un sombrero gris, abrigo largo y polvoriento y un revólver en cada una de sus huesudas manos, aunque no los estaba apuntando.

-¿Quiénes son ustedes?-le preguntó al esqueleto.

-A aquella persona que posea el sable se le concede el don de la inmortalidad y es a quién debemos servir. Estamos a tu eterna disposición.-fue lo único que él contestó con su siniestra voz.

Al momento que dijo esto, ella avanzó hacia los demás, montada su caballo negro, y éstos sin dudarlo le abrieron camino. Pasó entre ellos, seguida por el que le había hablado antes. Luego se encaminó hacia la pradera que se encontraba más adelante, llevando a ese ejército de muerte consigo.

Su caballo iba a trote por la extensa llanura, no había más que unos cuantos árboles esparcidos por todo el terreno pedregoso. El viento soplaba ligeramente contra ellos; el cielo tan gris como siempre. Ella se da cuenta de que todos se detienen y desenfundan sus armas; apuntan al frente pero no hay nadie.

-Un gran número de personas viene hacia acá. Esperamos sus órdenes.- le avisa el del caballo pinto, apuntando también con sus dos revólveres.

Y efectivamente, tal como lo dijo él, un montón de personas, tanto hombres como mujeres venían a caballo en dirección contraria, y al igual que ellos estaban todos armados con pistolas, rifles y escopetas. Tan numerosos como ellos. Al frente iba un sujeto alto, corpulento y con barba crespa, al que además le faltaba la oreja izquierda. El tipo avanzó hasta donde estaban ellos y sus subordinados se quedaron esperando en lo alto de las colinas.

-¡Vaya pero qué tenemos aquí!-exclamó ese tipo de forma altanera.- Pero si es la legendaria Legión de los Muertos, y no sólo eso… comandados por una niña. ¡Pero qué bajo han caído desde la última vez que los vi!

-Tan arrogante como siempre. Recuerda que por esa arrogancia tuya fue que perdiste una oreja. Si no tienes cuidado te podría pasar algo peor esta vez.- se apresuró a decir el esqueleto de los revólveres.

-¿Qué me podría pasar si ahora los comanda una niñita? Jajá

-Nadie que sea débil puede poseer el sable, es por eso que tú nunca lo tendrás.- le respondió nuevamente.

-Eso ya lo veremos. Mataré a esa niña y será a mi a quién deban obedecer. Prepárense para la batalla.- dijo desenfundando su propio sable.

Dicho esto, dio media vuelta y fue de regreso a la colina donde lo esperaba su ejército.

-¿Quiénes son?- preguntó ella.

-Tan sólo son un montón de ladrones y asesinos.-respondió el huesudo.

-Entonces creo que es hora de atacar.- dijo con una ligera sonrisa en su rostro.

-¿Cuáles son tus órdenes?- le preguntó el esqueleto.

-Cuando vengan hacia nosotros que la mitad de ustedes los ataque de frente y el resto, incluido tú, se quedarán aquí hasta que les diga. Ah, y otra cosa, deja que yo mate ese imbécil.

-Así será.-se dirige hacia los otros.-Prepárense.

El tipo de la barba llegó con sus soldados y les dio su propia orden de ataque.

-Quiero que entretengan a esos esqueletos mientras yo voy por el sable que nos dará el poder. ¿De acuerdo?

-¡Sí señor!-gritaron al unísono.

-Entonces… ¡A la carga!

Todos se abalanzaron contra la Legión de los Muertos y éstos, siguiendo las órdenes de su nueva líder se fueron también contra sus atacantes. Se oían los disparos por doquier, al igual que los cascos de los caballos. Pronto se armó una verdadera batalla entre ambos bandos y ninguno de los dos retrocedía. Ella esperaba pacientemente el momento oportuno para que la otra mitad de su ejército atacara, mientras tanto observaba como los demás se abatían a plomazos. Uno de los suyos acorraló a uno de los enemigos y sin dudar un solo segundo levantó su escopeta Remington, con una rapidez impresionante, y le voló la cabeza. En el aire ya se esparcía ese olor a pólvora y sangre.

Ella levantó el sable y luego lo apuntó hacia delante en señal de ataque. Su caballo relinchó y se paró en dos patas para lanzarse a la carrera, junto con el resto de su tropa, dejando una nube de polvo detrás. El poderoso corcel negro corría verdaderamente rápido, las llamas de sus ojos se encendían cada vez más con el furor de la batalla. Ella iba al frente blandiendo el sable con una mano y sujetando las crines del caballo con la otra, no mostraba temor alguno. Su objetivo era llegar a la colina donde estaba ese sujeto y silenciarlo para siempre; y a los que se atravesaban en su camino les cortaba el cuello sin detener la carrera. No había recibido una sola bala, aunque recordó las palabras del esqueleto y pensó que si llegaban a dispararle no le pasaría nada. Cuando faltaba poco para llegar a su objetivo algo inesperado ocurrió.

-¡Ahí viene! ¡No dejen que pase!- gritó una enemiga y junto con otros formaron una barrera frente a ella.

Ella solo sonrió. ¿Acaso pensaban que un simple muro humano era suficiente para detenerla? Si creían que se detendría al ver que no podría acabar con todos al mismo tiempo estaban muy equivocados. Hizo que su corcel galopara cada vez más rápido y justo antes de chocar contra la barrera éste se impulso para saltar por encima de ellos. Para cuando se dieron cuenta ella ya iba bastante lejos y los balazos no pudieron alcanzarla.

Las nubes negras no se contuvieron más, por fin descargaron la lluvia sobre toda la pradera. A toda velocidad arremetió contra el sujeto barbudo quien detuvo el ataque con su sable. Este contraatacó del mismo modo y esta vez ella lo bloqueó. Cada sablazo que daban era detenido por el otro. Sus caballos caminaban lentamente formando un círculo mientras ellos observaban fijamente cada uno de los movimientos de su contrincante. En eso el tipo arreó su caballo y salió corriendo. Ella comenzó a perseguirlo por todo el camino hasta que ambos terminaron galopando en la orilla rocosa de un acantilado. Él le llevaba mucha ventaja y luego de un breve momento detuvo a su caballo a una distancia considerable, dio vuelta y se lanzó al ataque apuntando el sable hacia la chica. Ella, por su parte, seguía cabalgando velozmente y no planeaba detenerse. También apuntó su sable y en un abrir y cerrar de ojos ambos quedaron atravesados por el estómago. La sangre del sujeto se escurría lentamente hasta la mano de la chica y fue cuando éste se dio cuanta de que algo andaba mal…ella no estaba sangrando.

-No puede ser...Maldición.- dijo débilmente él.

-Jajá jajá. Se me olvidó decirte, para matar a nuestro líder debes hacer que suelte el sable primero.- le explicó el esqueleto del caballo pinto, que había aparecido detrás de él.

-Malditos…me las van a pagar.- contentó con una voz cada vez más apagada.

-No lo creo, este es tu fin.- lo amenazó el esqueleto.

Dicho esto sujetó al herido por el cuello y lo arrojó al acantilado.

-Nooooo…-gritó furioso mientras caía hacia su muerte.

Luego lazaron al caballo pardo en el que iba montado ese tipo, y se lo llevaron con ellos. Ahora que todo había terminado ella regresó triunfante al campo de batalla, donde la esperaban los demás integrantes de la legión. Cientos de cuerpos enemigos quedaron tirados en el suelo y muchos otros habían huido al darse cuenta de su gran desventaja. Ella alzó el sable ensangrentado en señal de victoria y La Legión de los Muertos celebró con gritos y balazos al cielo.

-Espero que ahora puedas responder bien mis preguntas, esqueleto.- dijo ella bajándose del caballo.

-Yo te diré todo lo que sé.- le respondió bajando de su caballo también.

-¿Su antiguo líder era ese tipo que me disparó en el pueblo, verdad?

-Así es, hace 25 años él era parte de la banda de ladrones que vencimos. Pero cuando se le otorgó el poder del sable se volvió contra ellos y los traicionó.

-Déjame adivinar, los usaba a ustedes para matar gente y saquear pueblos.

-Nosotros no elegimos hacer el mal o hacer el bien, solo seguimos órdenes.

-¿Qué son ustedes?

-Tan solo somos almas malditas que vagan por este mundo.

-¿Por qué me eligieron a mi para ser su líder?

-Nosotros no te elegimos, el sable te eligió a ti. Supongo que era el destino.

-Pero si ya tenía un dueño por qué elegir uno nuevo.

-Porque si te quedas con el sable por más tiempo tu alma será condenada en el infierno. Es por eso que él te disparó, para saber si tu alma era digna de cargar con tal responsabilidad. Y por lo que he visto tienes un poder sorprendente que tal vez ni siquiera tú te imaginas.

-Bien, eso era todo lo que quería saber.-se queda pensativa por un momento.-Ten, ya no lo necesito.- le dijo entregándole el sable.- Esta no es la clase de poder que yo busco.

-¿No te lo quedarás? Si te acompañamos en tu viaje de seguro lograrás todo lo que te propongas. ¿Acaso no es eso lo que deseas?- preguntó extrañado al recibir el arma.

-Este es un viaje que debo hacer yo sola, además, es parte de la aventura.

-Jajaja. Sin duda eres una persona excepcional, definitivamente no eres como los demás. Tú no eres de esa gente que sólo busca poder y se olvida de que hay cosas mejores y más importantes en la vida, así como lo hice yo en algún momento. Te admiro por eso y porque tienes valor.

-Gracias.- dijo mientras empezaba a irse.- Pero ya va siendo tiempo de que me vaya.

-Espera. Al menos deja que mi caballo te lleve al siguiente lugar. El sabrá cómo regresar a donde estoy.

El caballo pinto se acercó hacia ella con la cabeza baja, como muestra de sumisión. Ella se subió de un salto a la montura y tomó las riendas con una mano.

-De acuerdo, aceptaré tu oferta. Pero solo porque ya me cansé de estar caminando siempre.

-Adiós y buena suerte. Tal vez nos veamos algún día.

-Tal vez. Adiós...o más bien hasta pronto.

Enseguida se subió al caballo pinto, se despidió de todos ellos con un ligero movimiento de mano y tomó un nuevo rumbo hacia su próxima aventura, como siempre sin saber a donde llegaría ni que peligros y obstáculos encontraría en su camino. Se preguntó si de verdad volvería a ver a ese ejército tan singular. Había terminado de llover, el cielo ya estaba despejado de nuevo, tal como el día en que llegó.


Texto agregado el 09-05-2009, y leído por 388 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-05-2009 una historia muy entretenida, me gustó mucho******* JAGOMEZ
 
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