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Si te figuras una larga paz antes de renacer,
te juro que piensas mal.
Entre el último instante de la conciencia
y el primer resplandor de una vida nueva
hay «ningún tiempo» - el plazo dura lo que un rayo,
aunque no basten a medirlo billones de años.
Si falta un yo, la infinitud puede equivaler a la sucesión.
Nietzsche, cuadernos personales


Mar

Durante mucho tiempo me lo pregunte, ya no recuerdo qué, no recuerdo siquiera el tiempo. Es inquietante esta permanencia. Inexplicable. Como las sensaciones, aquellas primogénitas desde las cuales se trazan comparaciones. El agua salada, el perfume del tilo, el humo de los pastos quemados. Solo eso. Un instante de conciencia, imágenes de un sueño.
Sé que estoy muerto, me quede durante días al lado de mi cuerpo. Repetido. No es fácil liberarse de la carne que nos alojó, la terminas amando. Con todos sus maltratos. Extrañando la grasa que querías perder, las imperfecciones que te acomplejaban, las que ocultas al amor y al sol, esas que conoce tu gemelo; reflejo morboso.
Nadie te toma del brazo, nadie te dice – ya esta, ya pasó, seguime – . El dolor ya no es físico, ya no es dolor, y es terrible. Cuando decidís abandonarte, dejar la imagen que fuiste, lo perdes: todos los órganos, la osamenta, los músculos, la piel, el rostro. El tiempo; no podría precisarlo, pero tengo la sensación de que eso fue antes. ¿Cómo saberlo? La eternidad es horrible. ¿El infierno? Prefiero el de Dante, a este desierto de encierro.
No lo digo figurativamente, es concreto. Imaginar un tiempo mensurable, con límites precisos, abarcable dentro de la cifra, dentro de la carne, dentro del ritmo de la sangre, ya no es posible. En este lugar no existe el tiempo. No tiene sentido la palabra «existe». No tiene sentido la palabra «lugar».
Deambulo un inmenso silencio, a la cual no me acostumbro.
Hubiera preferido que todo termine ahí, en aquel pedazo de ochenta kilos. No descubrir que se puede estar encerrado a pesar del espacio, preso en la propia conciencia de la nada.
Camino, observo el mar, no sé cual. Siempre es de día, siempre nublado. Logré sincronizar mis pasos con el ritmo de las olas. Es lo único que evita que me vuelva loco, cosa que por otro lado carece de todo sentido. La obsesión del péndulo. Me convertí en la inútil máquina de movimiento constante, que no genera nada, desde allí recuerdo la vida. No me crean, no me alcanza para explicar nada. Estoy perdido, en todo sentido. Camino, observo el mar, no sé cual, siempre es de día, siempre nublado. Logré sincronizar las olas al pulso de mis pasos y se desnudaron unas huellas. No son las mías.
Inesperado.
Conseguí un instante. Había olvidado la sensación.
¿Paz?

Texto agregado el 09-05-2009, y leído por 148 visitantes. (0 votos)


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