Era una tarde de martes, con el cielo plateado, cual techo de zinc, totalmente brillante, el cielo dejaba oscura a la ciudad con sus nubes tan juntas. Parecían gente, como la gente entre la que él andaba ese día, pero la gente empezó a dispersarse porque el agua empezaba a caer como gotas de sudor: era el sexo violento entre el cielo y la tierra, no una lluvia, al caer el granizo rompía los parabrisas de los carros, para ese entonces la gente había despejado la calle.
Él seguía ahí, en el andén, esperando que pasara un bus, pero no llegaban por culpa de este clima. Miraba a todos lados, juzgó que estaba solo, abandonado en la calle, entrometido en esta relación violenta y apasionada entre el cielo y el suelo, que se humedecía y se hacía barro bajo sus pies, rompía su paraguas y mojaba esos papeles que tenían tanta importancia.
Los carros no se veían en el horizonte, el granizo rompía los vidrios, las gotas golpeaban con ritmo las canecas de metal, el cemento barato del puente peatonal... el paraguas. Las nubes y la tierra seguían al mismo ritmo, primero rápido, después fuerte, después una corta pausa y otra vez muy rápido, el color de la brea mostraba la felicidad que le causaba el trato violento de las nubes y el agua que brotaba de estas. Y el paraguas estaba roto.
Sin paraguas, sin papeles que poder entregar y mojado y solo, él se quitó los zapatos, la mojada y pesada chaqueta y comenzó a bailar en medio de la vía, primero tímido, muy suave, como con una nueva pareja de baile, con quien aun no sabe como comportarse, después, soltando un poco las piernas y susurrando una canción que no sabía muy bien, mientras el granizo lo golpeaba y rasguñaba su rostro, mientras imaginaba a una mujer bailando, los truenos se convertían en sonido de tambora y batería, el viento en música de guitarra y las gotas al caer en piano de cola.
Las nubes y el suelo se detuvieron, aún extasiados y cansados veían a este hombre bailar, hasta que alguien decidió acompañarlo y después alguien más y después, la gente estaba tan pegada como estaban las nubes grises otra vez y todos creían escuchar música de tambora, batería, guitarra y piano, las camisas se aflojaron y las mujeres se soltaron el cabello... hasta las 8 de la noche.
A esa hora él se dió cuenta de que estaba muy loco al creer que escuchaba música en medio de la calle, se puso los zapatos y la chaqueta y se fue a su casa, porque la calle estaba llena de gente loca, ¿no te parece? |