La gente hace mucho tiempo se había olvidado de la última vez, en que las aguas del río les hizo abandonar sus rústicas viviendas. Aquella vez la ciudad quedó convertida en una pequeña isla, tan pequeña que en el mapa solo podía verse un pequeño punto. En las calles podían verse carpas de plástico y chozas de hojas de palma. Aquella vez los más felices eran los niños que nadaban como peces en las aguas que discurrían por las calles, pese a la pestilencia y desechos que ellas presentaban. Las Balsas (casas flotantes) que en otros tiempos se podían auscultar en la orilla del río; ahora se veían atados a los inmensos árboles de Catahua que adornaban la plaza principal de la ciudad, a veces la corriente del río las zarandeaba y se escuchaban los gritos desesperados de sus ocupantes. Ay!! Lo que se venía sobre la ciudad. La lluvia no paraba de caer desde hacía dos semanas. (...)

En la madrugada en que su casa quedó inundada, Marciano López, que era un hombre de armas tomar, se prometió asimismo que su familia nunca más volvería a sufrir por la creciente del impredecible río; dormía plácidamente junto a Zoila Macedo por el frío que hacia abajo la torrencial lluvia que comenzó a caer desde la tarde que nos les permitió salir de casa, sus hijos Braulio y Carola aun pequeños dormían junto a ellos en la otra cama. Una vez que entró a la cama no se levantó, hasta la madrugada en que tuvo ganas de mear, se levantó y al pisar el suelo sintió la frialdad del agua que ya estaba inundando hasta el cuarto invadiendo su privacidad, “carajo esto me pasa por vivir junto al río”, decidió no levantar a sus hijos ni a su esposa. Nadó hasta su canoa se subió en ella y cruzó las caudalosas aguas del río llegó en horas de la mañana al otro lado y se metió en la montaña caminando una hora hasta llegar a su chacra entró a la choza que había construido al borde y cogió su hacha. Salió y miró alrededor allí estaban cinco inmensas Lupunas de setenta metros de alto que lucían y sobresalían imponentes sobre la vegetación, comenzó a tumbarlos, trozarlos y amarrarlos formando una balsa de cincuenta metros cuadrados, sobre ellos construyó su vivienda en una semana. Al terminar la construcción, se sentó al borde de la balsa y tomando un poco del licor que tenía; a su memoria se vino las vivencias de su juventud en otra de las inundaciones en la que perdió a su padre, al ser devorado por una inmensa anaconda que comió también a diez niños más. Fue una tarde entre el claroscuro en el caserío “El Porvenir” ya inundada totalmente por las aguas del mismo río - que ahora le obligaba a hacer su casa flotante -, en que su padre Dioclesiano se acercó a la escalera de la casa para bañarse, ya solo faltaban dos peldaños para que la casa fuese inundada. Él podía coger la caña y pescar si deseaba desde la sala o el borde de la casa, ya que las aguas se encontraban discurriendo por debajo y hubo días en que no era necesario pescar, ya que los peces en su afán de escapar de la caza de los bufeos saltaban hasta llegar al piso de la sala, un día amaneció lleno de pescados en la sala y un lagarto andando por la sala, que orondo al verlos salir de su cuarto se metió a las aguas nuevamente ....

Al amanecer de una noche lluviosa, la plaza principal de la ciudad terminó cubierta de cientos de lagartos y charapas que caminaban por debajo de los árboles. Un caimán negro se buceaba en la pileta central rugiendo como un otorongo. La poca gente que quedaba en la ciudad espantada, no quería acercarse a la plaza y la creciente del río circundaba los alrededores. Las pequeñas casas flotantes circulaban por las calles inundadas. ... (continuará).