Era entonces cuando regresaba al mar, la imagen cuajada de ranas o tanques donde la infancia me miraba desde una esquina. Había crecido con la idea fija que la televisión aportaba, de que los enemigos están al otro lado de la Franja. Creía que ya lo había preguntado todo a Nana, quien contestaba a regañadientes, como goterones abriendo su boca de escasa dentadura, era poco dada a ciertos temas, no por egoísmo sino por ignorancia. De todos modos, el odio y pavor que no encontré en el hogar los descubrí afuera.
Siempre íbamos con Nana hacia el shwh, mercado de la ciudad de Shifa por alimentos, pero esa mañana ella decidió llegar hasta Tel Aviv. ¡Válgame Dios! Había que pasar la frontera marcada por un estrecho cuello al aire libre entre un grueso cerco de alambres. Fue el primer contacto que tuve con la muerte grabado a fuego por el horror del espectáculo. Nadie pudo quitarme esa sensación de miedo, salvo mi amiga Laila que me explicó lo sucedido con sus propias palabras. ¿No te has dado cuenta, idiota que estamos en guerra? Cuando llegué a casa me bañé para que el agua quitara la mala impresión y luego me sumí en una plegaria a nuestro Dios.
Alguien con cabeza en turbante amenazaba a otros que le sujetaban, nadie sabía dónde estaba el arma. Curiosamente no era tan desagradable su aspecto físico como el modo en cómo miraba. Nana me buscaba afligida con lo que quería comprar en los brazos. La mercadería que resbalaba de los puestos desbarataba en el suelo. La muchedumbre agolpada huía despavorida.
Se escuchaban gritos por todas partes entre señales de alarma. El cuerpo policial pedía documentos y revisaba los bolsos. Luego el suicida arrepentido inicia raudo la fuga perseguido por otros hombres armados. Más empujones y gritos de gente, yo había quedado en el piso como toronja agria, confundida con el espectáculo. Nos separaron del resto cual apestadas a las dos comenzando los minuciosos interrogatorios, cuidado compañeros, estas dos también son palestinas.
Los oficiales después de revisarnos nos dejaron regresar a casa. Nana se afanaba por explicarles qué hacíamos esa mañana en el mercado si no habíamos comprado nada.
Yo había perdido mi zapato entre el tumulto y lo peor era que estaba mojada. Le dijimos que era la primera vez que Nana me llevaba al mercado. Que fue una tontería aceptar mi pedido de conocer lo que sucede tras la Franja. Que sería la última vez. Era mi cumpleaños y que por eso ella aceptó, pero se arrepentía de haber cometido una imprudencia tal como estaban las cosas.
Su rostro enardecía como un tulipán y tragaba saliva entre palabras recortadas. Siempre se les cortaban las palabras cuando estaba nerviosa u ofuscada, ahora veo que las dos cosas. El temblor me duró varios días en cama con algo de fiebre, sentía que me corría un sudor frío acrecentado por las ropas humedecidas en mis propias aguas femeninas.
Ahora, eres toda una mujer. Yo pensaba si esas gotas viscosas resbalando por las piernas sería parte de ser mujer. Desde ahora debes cubrirte a los ojos de los hombres, ellos siguen como sabuesos a las vírgenes, las huelen a cien metros. Procura no hablar con ninguno en la calle. Sacándose el pañuelo de la cabeza me lo colocaba a mí.
Las jóvenes y señoras en Palestina utilizan sólo el rahalá, velo, pero Nana hija de beduinos prefería que yo siguiera con la tradición de sus ancestros, quienes vivían todavía en el desierto en toldos, cuando ella se hizo mujer, su madre le zampó el chador que cubre desde la cabeza hasta el cuello, en señal de respeto a nuestra cultura. No hay nada peor que ser acusado por un crimen que no se ha cometido, yo había nacido en Gaza, pero jamás pensaría en detonar, antes me moriría de miedo enjugada en mis propias aguas. Quizá la presencia de nuestro atuendo haya causado alguna equívoca sospecha sobre nosotras.
Era consciente que con nadie hablaría de lo ocurrido, ni siquiera con Nana, que daba por sentado que yo entendía lo que nos había pasado. Quiero decir, que había tomado conciencia de la gravedad de los hechos.
A partir de ese momento, comprendí que en el mundo había que estar atenta, pues había algo más que entender, ya que los grandes no estaban dispuestos a tomarse el trabajo de contarlo con antelación. También aprendí que no hay que juzgar, cada uno hace lo que puede en estas tierras olvidadas a los ojos de Dios. Más tarde me inicié en la tarea de buscar la verdad, naciendo mi interés de hacer preguntas. Sabido refrán aquel que dice ‘Quién no pregunta no sabe’. Es decir, los mayores y su mundo estaban más lejos de lo que yo me figuré y traté de alcanzarlos por mis propios medios...
Luego de ese hecho, soñaba con alguien que estallaba ante mis ojos. Estábamos en los umbrales de la Intifada.
Hubo de pasar tiempo después, hasta que le averiguara a Nana sobre la acción de inmolarse por una causa como la nuestra, vaya sorpresa cuando me relató que ella tenía su opinión formada por el Omán de nuestra mezquita. Así que esa misma mañana me sugirió que le preguntara al propio Omán que dijo.
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_Una persona que decide quitarse la vida utilizando cualquier método será penado por esta misma muerte hasta el Día de la Resurrección.
_ ¿Entonces, los de la Yihad palestina correrán esa suerte?
_ Sin duda, la persona que se suicida muere como un ateo. Un verdadero musulmán no podría llegar al punto de pensar en un acto tan desalmado. En la mayoría de los casos, el individuo suicida no es un verdadero creyente…
_ ¿Entonces, por qué hay tantos hombre-bomba, acaso no le temen a Aláh?
Me habían tranquilizado sus palabras y las de Nana, si bien no había borrado de mi memoria la imagen de ese joven queriendo cometer un crimen hacia sí mismo y a los demás. Y de los muchos que se venían produciendo en períodos más o menos infaustos en contra de los hebreos pasando la Franja. La última pregunta había quedado sin contestación, o en todo caso no satisfizo del todo mi inquietud.
A veces, Nana decía que ellos habían llegado hasta aquí, para quitarnos las tierras y que Aláh no tendría piedad con ellos. Pero, yo me preguntaba en forma secreta cómo sería vivir del otro lado sin un Dios como el nuestro.
Había crecido viendo cómo los niños cargaban piedras en las manos cuando pasaban los oficiales israelíes y les lanzaban sus proyectiles insultando a sus madres. Esos mismos niños jugaban en las puertas de las Mezquitas adonde sus padres se reunían a crear planes para liberar a Palestina con misiles traídos desde lejos y que llegaban cada vez más lejos…
Menudas historias cuenta Nana sobre mis familiares. Algo me dice que no soy beduina. Es como un tambor que toca únicamente en el desierto cuando avisa peligro, así mi corazón me late una falsedad.
Sheila se prometía a sí misma descubrir su procedencia y lo decía elevando una oración y besando el Corán.
Su cumpleaños lo terminó en cama, sólo visitada por su amiga Laila, quien le traía una caja envuelta en papel de regalo. Sheila le echo rápido una mirada, estaba llena de chocolates, revistas de cantantes de moda y un casete de música, le dio las gracias y se incorporó del costado de la cama y puso el casete en el grabador. Después de todo el cumpleaños no debía pasar desapercibido. Ella ya había pasado los trece y sus padres la habían prometido a un comerciante de Kabul, posiblemente en esa ciudad terminaría sus estudios, pero eso sería más adelante.
Las dos amigas se abrazaron y quedó el grabador dando miles de volteretas a la cinta, como las personas giran en el decurso circular de la existencia.
Sheila le mostró a su amiga un paquete envuelto en un pañuelo, lo abrió y saco de él una toalla femenina, ya las conozco, mi madre ha comprado para todas nosotras, somos siete hermanas en la casa, no te asustes es una bendición de Aláh, aunque yo todavía no las he desenvuelto, tengo memoria de haberla visto a mi madre todos los años con el vientre abultado creciendo y pariendo niños, entre punzadas y punzadas de dolor.
_ ¿Crees que todas las madres sean iguales?
_No lo sé, la mía los últimos meses ya ni podía moverse, la recuerdo pujando y pujando con esfuerzo en medio de gritos, pero nunca nos contó los detalles, salvo a las mujeres grandes de la casa, que se apiñaban entre palanganas y trapos mojados, viendo lo que hacia la comadrona y que los niños también queríamos ver. Nos llevaban a dar un gran paseo en camellos hasta que rompiesen aguas. Bueno, así nos decían, y luego nos traían de vuelta y encontrábamos a mi madre con los cabellos y rostro mojados y al miembro santo de la casa elevando el Azan a los cielos, en medio de unos chillidos de felino entre grandes alborotos de alegría y besos.
_ Pues, yo no tengo el recuerdo de nada de eso. Soy adoptada.
_ Cuando le preguntaba a mi madre si duele, ella decía, como todo, al principio duele, luego te vas acostumbrando, al final es como parir un huevo.
_Será como un huevo de avestruz.
_Debe serlo, de lo contrario no darían tamaños gritos.
_Yo nunca he conocido a mi madre ni a hombre alguno. Todavía son un misterio para mí.
_No te preocupes, nos tenemos a la una a la otra, se tomaron las manos suavemente y se dieron un abrazo. No tenían mucho, pero se tenían a sí mismas y una extraña felicidad como devenida de la esperanza que brinda la juventud.
Luego, ambas se pusieron a cantar al compás del disco, algún día tendremos una alianza en el dedo…
Las amigas fueron incapaces de contener la alegría y al canto lo acompañaron con pasos de baile cuando la emoción arrebata el alma.
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