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DECISIÓN DIFÍCIL

La familia Cervantes no era como las demás familias, quienes la formaban cargaban el estigma del señalamiento social debido a uno de sus integrantes quien era un vicioso. El núcleo familiar estaba formado por los padres, cinco hijos, cuatro hijas y varios nietos. Era una familia como las de antes, numerosa, emergente de una sociedad que se debatía entre las costumbres y arraigos de otros tiempos y lo novedoso y demandante de la modernidad.

Algunos de los hijos con gran esfuerzo y en base a sus estudios profesionales empezaban a descollar, tenían buenos puestos en el aparato burocrático gubernamental. Pero por desgracia uno de los hijos varones había caído en el vicio de la drogadicción. Los padres, Don Abundio y Teresita, no terminaban de entender cómo les sucedió esa desgracia. A cada acto delictivo del hijo vicioso los esposos se reprochaban mutuamente, se culpaban entre sí, empezaban peleándose de palabra para luego terminar juntos rezándole a su dios por el hijo descarriado.

A pesar de la lastimosa situación de congojas y vergüenzas provocada por la presencia de ese terrible mal de salud pública llamado drogadicción, en el entorno de los Cervantes seguía prevaleciendo el respeto y el gran amor hacia los viejos, exceptuando al hijo vicioso, los demás miembros de la familia se esmeraban en demostrar a sus padres el cariño y agradecimiento anidado en sus corazones. Por ello aquel Día de la Madre, las hijas de doña Teresita habían organizado un festejo para ella.

—Si estaré con el ánimo de festejar— había pensado la señora, pero no privó a los suyos de la intención de corresponder en algo a todo el cariño, cuidado y sacrificio de la anciana manifestado hacía todos ellos.

Decidieron realizar el convivio en la casa de una de las hijas mayores, el esposo de ésta era director administrativo de la aduana marítima. Aceptó gustoso festejar a la anciana en su domicilio, admiraba a su suegra por la extraordinaria capacidad para enfrentar cualquier adversidad cuando de algún miembro de la familia se tratase. El yerno veía con admiración a esa mujer cargada de años, con un rostro surcado por las arrugas que le habían dibujado la vida, el trabajo y el sufrimiento. Como era un buen lector, comparaba a Teresita con la Úrsula de García Márquez o con la Pelagia de Gorki.

En el día señalado el festejo transcurrió felizmente, de a poco fueron llegando los hijos con sus proles, le llevaron a Teresita rosas y obsequios, los nietos le ofrecieron tiernos detallitos, la anciana públicamente se esmeró en resaltar el gesto, provocando la hilaridad de los adultos cuando confundió en un dibujo de su nieto Pablito a una estrella de mar con un pulpo. Mientras todos reían, el niño en su inocencia rompió en llanto pues creyó se burlaban de su “obra de arte”.

Durante la comida, la festejada no perdió detalle de la plática, se le vio reír de las gracejadas del yerno cuenta chistes, omitió todo gesto de desaprobación por las travesuras de los niños, se le notaba contenta pero no feliz. De vez en vez su mirada se perdía en el patio, como si esperara ver a alguien llegar. A Teresita, madre al fin, le faltaba algo. El hijo ausente, porque aunque vicioso también era parte de ella misma, ése hijo quien pese a su mala conducta y su desamor siempre estaba presente en cada una de las oraciones de la anciana, le seguía los pasos en sus sueños, acudía presurosa para socorrerlo cuando en medio de sus terribles pesadillas lo veía en peligro, al hijo nombrado incansablemente en sus madrugadas de insomnio.

—No vendrá mamá— le dijo una de sus hijas.

—Ni se ha de acordar que es el día de las madres— agregó el hijo mayor.

—Solamente le pido a Dios protección para mi hijo— Contestó la madre, conteniendo las lágrimas.

Un rato después la alegría de los presentes se manifestaba a plenitud, algunas parejas bailaban, otros charlaban animadamente, los niños daban rienda suelta a su energía inagotable corriendo de un lado a otro entre gritos, trompicones y caídas, propios de su edad. De pronto, el sol del atardecer iluminó una figura entrando al patio de la casa a toda prisa, corriendo, huyendo de algo o de alguien.

—¡Es Toño mamá, al fin llegó!— Gritó alguien.

Detrás de quien llegaba se perfilaron otras figuras, también corrían pretendiendo darle alcance. ¡Eran varios policías! y otros hombres gritando improperios exigiéndole se detuviera.

El perseguido entró como una exhalación y no paró su loca carrera hasta lograr esconderse en el closet de una habitación del tercer piso de la casa. Los policías y quienes los acompañaban también entraron a la vivienda, entre insultos, jaloneos, mentadas de madre, llanto de los niños, la histeria de una nuera embarazada, amenazas, platos, vasos y botellas tirados por el piso.

Todo fue un caos, la policía exigía se le entregara al delincuente, quien en un evidente estado de intoxicación por enervantes había asaltado a una pareja a unas cuantas calles de ahí. La familia en pleno negaba que ese sujeto se encontrara en ese domicilio y desde luego afirmaban casi a una voz no tener idea de quien pudiera ser ese criminal. Entre gritos de uno y otro grupo, quien dirigía a los policías dio la orden a sus subalternos tomaran presos a los dueños de esa casa bajo los cargos de complicidad en un asalto a mano armada y obstrucción a la justicia.

La hija mayor de Teresita, su esposo y el yerno cuenta chistes, por bravucón, fueron esposados y sacados a empujones de la casa, ya para trasponer el dintel de la puerta, el comandante volvió a preguntar dónde se escondía el delincuente, la hija detenida en calidad de presunta cómplice miró fijamente a su madre con una súplica en los ojos, mientras su hijito de escaso tres años aferrado a la falda de la abuela lloriqueaba lleno de miedo al ver a su madre en medio de los fieros policías. Teresita sostuvo por unos segundos la mirada de su hija y luego bajó el rostro sin decir una sola palabra.

Todavía se escuchaba el ulular de las sirenas de las patrullas policíacas al retirarse rumbo a la delegación, Teresita se encaminó a la parte superior de aquella casa en medio de un silencio capaz de herir como un puñal debido a la carga de recriminaciones acalladas de los demás familiares. En una de las habitaciones con la puerta y ventanas abiertas encontró a una de sus nietas mirando con asombro un hermoso dije de oro en forma de crucifijo. Cuando vio a la anciana le dijo:

—Mira abuelita, te dejó esto mi tío Toño, es tu regalo del Día de las Madres.

Al tomar entre sus manos aquel objeto, Teresita rompió en llanto, dio rienda suelta al gran dolor enquistado ese día en su corazón de madre. La vida, en medio de su crueldad, la había colocado en la terrible situación de elegir entre la libertad de algunos de sus familiares queridos y la de su hijo víctima de las drogas.

En esos momentos Toño el vicioso huía presuroso, las sombras de la noche empezaban a cubrir los arrabales de la gran ciudad, el vicioso llevaba en su mente extraviada por los enervantes la idea de haber hecho feliz a su mamá, en su corazón aún se debatían el gran amor por su madre y la pasión por las drogas.

Muchos años después, alguien de la familia se atrevió a preguntar a Teresita la razón de actuar así aquel nefasto día, siempre había dado ejemplo de justicia y honestidad y en esa ocasión les había fallado. La anciana sólo esbozó una tímida sonrisa y guardó silencio. En conciencia estaba en paz con Dios, éste siempre comprende el corazón de las madres. Él, quien todo lo sabe y lo comprende debió perdonarla porque ella al tomar esa difícil decisión entendió que sus familiares detenidos por la policía bien pronto saldrían de prisión por sus antecedentes sin mancha y su posición económica y social. Mientras si el preso hubiera sido Toño, difícilmente quedaría libre en muchos años. Al menos tuvo en sus manos el darle al más desvalido de sus hijos una oportunidad más para rehacer su vida.

El tiempo le dio la razón a medias, sin embargo estaba bien segura si la vida la volviera a poner en ese trance, ¡volvería a tomar la misma difícil decisión!


Jesús Octavio Contreras Severiano.
Sagitarión.

Texto agregado el 08-05-2009, y leído por 1534 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
26-07-2009 He leido esta historia no se cuantas veces...*****saludos anablaumr
23-05-2009 Es una tierna historia y aunque en los cuentos, por su naturaleza, no se cuentan los detalles, habria que ver si la decision de Teresa fue la mejor. Lamentablemente, es la sociedad quien asume esas cargas de familia. inkaswork
18-05-2009 El amor de madre sobrevuekla todo. justo o no, siempre estara alli. Hermoso texto Jesus. Un fuerte abrazo...Walter gerardwalt
17-05-2009 Me encantó. Me hizo recordar a mi madre y a un hermano que en su adolescencia dió bastantes dolores de cabeza. Ella nos decía... Téngale paciencia y hoy es el tío más querido. Has relatado toda una realidad, lo has hecho con maestría. Un gusto pasar a visitarte******* pithusa
15-05-2009 Que historia...Conozco algunas mamás que saben de las actividades de sus hijos y callan...Un gusto leerte *****saludos. anablaumr
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