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Camilo o el gato volador

Las combis que llevan al centro de Lima desde los Olivos, siempre veían a un chico flaco, pálido y pelucón, saltar ágil, empujando o aprovechando un descuido del cobrador.
-Paga tu pasaje, oe reconcha tu madre!
Camilo sorteaba el transito caótico, y se escurría perdiéndose en medio de la gente, a una distancia segura, y caminaba hacia la Universidad.
Eso era cosa de todos los días, por ética personal, Camilo no creía en pagar por las cosas o servicios. Tenía mil estratagemas para evitar pagar, ciencia palomilla que había aprendido en la Gran Unidad Escolar donde estudio, y que llevo consigo a la facultad de Letras de la universidad Federico Villareal.
En la universidad Camilo dicto cátedra, conseguía trago para los muchachos, iba a la discoteca, conocía a las chicas más guapas, a las que seducía con su incomparable “floro”, y con tragos que robaba de otras mesas.
“Siempre habrá un huevon que pague”, decía a menudo, y con su credo, su vitalidad a prueba de balas y su pelo largo y bohemio, Camilo se comía el mundo de acuerdo a sus apetitos.
Pese a todo era un tipo de profundas convicciones morales, y la amistad era para él sagrada, nunca dejaba a un amigo en apuros, siempre tenía alguna historia graciosa con que levantar el ánimo.
Andar con Camilo, era entrar en el lado surrealista de la vida y estar listo a correr en cualquier momento, sea para salvar el pellejo para evitar caer en la comisaria.
Bohemio y vagabundo, se levantaba un día y con su elocuencia y carisma nos convencía de coger nuestras mochilas, con solo lo básico, y largarnos a conocer el Perú, haciendo autostop, caminando, gorreando carros, la cosa era ver cuán lejos podíamos llegar.
Asi pasábamos aventuras descabelladas, viajábamos arriba de costales de papas en un camión destartalado, en la noche gélida de la cordillera, saltando de un segundo piso de un bar en Huancayo, para no pagar la cuenta, emborrachándonos y comiendo a costa de alcaldes de pueblitos remotos, Camilo era blanco y se hacía pasar por el hijo de alguien importante en vacaciones, nos despedíamos con promesas de progreso para el pueblo, la verdad no teníamos ni en que caernos muertos.
Sea la situación que fuese, Camilo tenía siete vidas, y como un gato flaco callejero, siempre caía sobre sus patas, siempre hallaba una manera de escabullirse o saltar fuera de peligro. Podría llenar libros narrando sus peripecias.
Nunca me olvidare, de aquel bar de mala muerte en el Rímac, te aseguro que, podrías ponerte a buscar con lupa, el bar mas resinoso de Lima, y no hubieras encontrado uno mas digno de ese epíteto, de ese bar al que íbamos.
Ni siquiera tenia nombre, le decían “Las tres puñaladas”, el folklore del barrio decía que un parroquiano había finado a otro, por un asunto de faldas y celos.
Ya no veian muchos bares de esos en Lima, tenia las puertas plegables de los bares de las películas de cowboys, aserrín al piso, y en una esquina, añosa, verdadera reliquia de otras épocas, había una rock ola con todos los boleros cantineros y la música criolla que podias escuchar.
Tomábamos de lo mas barato, había pisco “Vargas”,que tomábamos en “chilcano”,o ron “KanKun”, en botella de un litro, con hielito y limón,estilo “macho”.
El dueño del bar, un cholo fortachón ya avejentado, tenía una hija adolescente, que no era bonita, ni de lejos, pero que tenía un cuerpo de locura.
Camilo no podía estarse quieto, coqueteaba con la chiquilla ni apenas el viejo celoso daba la espalda.
Ya después de varias botellas, los ánimos ya chispos, discutíamos a gritos de política o literatura, lo usual, cuando nos dimos cuenta que Camilo se había escurrido, y conociéndolo sabíamos que andaría en algún lio, ya estaba bastante borracho.
Gritos provenientes del baño de mujeres nos dieron la razón, y como supimos más tarde, Camilo se había metido al baño siguiendo a la chiquilla, y ahí se había bajado el pantalón, para abalanzarse como un tigre sobre su presa.
Lo que vino después fue de película de cowboys, el dueño del bar salto en defensa de su hija, atacando a Camilo con un garrote que usaba para trancar la puerta del bar. Camilo se escudaba como podía de los golpes con una silla, ebrio y en calzoncillos, los gritos de la chica resonaban,junto con insultos, el despelote total.
Un grupo de habituales, robustos trabajadores de construcción civil, entraron en la pelea para apoyar al dueño del bar,dispuestos a dar un escarmiento al pobre Camilo, que se defendia como podía.
Y ahí ardio Troya, mis amigos y yo fuimos a apoyar a Camilo, sillas y botellas volaban, punetes, patadas,mentadas de madre.
El dueño del bar tenia un gato viejo, que dormitaba en una silla, indiferente al caos a su alrededor.
Y en medio de la trifulca se alzo Camilo, vapuleado, jadeante, sosteniendo el gato sobre su cabeza .
-Atrás todos o mato al gato!-
El dueño del bar y sus aliados pararon por unos segundos, segundos preciosos que aprovechamos para reagruparnos y ponernos cerca de la puerta del bar, estábamos en inferioridad numérica, y ahí nos hiban a atizar una golpiza de antología, sino nos llevaba antes la policía.
Pero el dueño y sus aliados se arrojaron sobre nosotros y Camilo arrojo hacia el aire al gato, que golpeo la única grasienta bombilla de luz con un maullido estremecedor. La oscuridad amparo nuestra fuga precipitada, que no pudo ser en mejor momento,pues la policía alertada ya seaproximaba.
Corrimos como desesperados por las calles destartaldas del Rimac, sentíamos las sirenas acercarse,Camilo corria a la retaguardia, porque es difícil correr en calzoncillos y descalzo, y borracho hasta la pared de enfrente.
Y al doblar una esquina estaba el viejo puente de piedra de Lima, mas halla el gentío de la plaza de armas, o los recovecos de “polvos azules” se nos ofrecían salvadores, vericuetos donde podíamos camuflarnos y perdernos de la policía.
Estaban muycerca, cruzamos el puente a toda velocidad, con el hedor del Rimac a nuestros pies,yvolteando sobre los hombros para ver a nuestros perseguidores, y entonces vimos una sombra agil arrojarse sobre la baranda, hacia las aguas infectas del Rimac.
Se había tirado del puente, todos sentimos un escrúpulo y el temor por su suerte,pero la adrenalina o la cobardia, nos hicieron seguir corriendo.
Pasaron varios días sin noticias de Camilo, creo que todos sentíamos el remordimiento, pero cobardes evitabamos el tema.
Nos sorprendió cuando lo vimos llegar con una muleta y una pierna enyesada al bar “Queirolo”, donde tomabamos, contritos, sin hacer bulla.
Se sento con toda la frescura del mundo y pidió trago, no había pasado nada, era el mismo loco de siempre. Al poco rato comenzó con sus bromas, batiendo a la gente como solo el sabia hacerlo, al poco tiempo ya todo era como siempre, y alguien comenzó a llamrlo “el gato volador” entre las risas de todos.
Fueron buenos tiempos, no creo que muchos de nosotros nos graduamos de algo,o si después usamos los conocimientos universitarios en la vida practica, pero aprendimos mucho en bares, calles, esquinas y situaciones exageradas..
No supe mas de Camilo y de la mayoría de los amigos de la universidad, viaje buscando nuevos horizontes, a los estados unidos, en donde vivi, también vivi un tiempo en Europa. Cuando regresaba al Peru, me encontraba con dos viejos amigos de aquel grupo, ya sobrios hombres en sus treintaitantos, siempre me decían que Camilo estaba de viaje por algún lado.
Por eso no me sorprendió tanto encontrármelo en Paris, yo recién llegado a la ciudad, todavía demasiado embelesado con los tesoros de la Ciudad Luz , buscaba hacer un poco de vida nocturna en el bar de abajo del hotelucho de Pigalle en el que, mi esposa dormía el dia extenuante de turismo que habíamos tenido.
En el barrio de la vida desordenada y la bohemia parisina de otros tiempos, de la que solo había leído, y venir a encontrarme al viejo Camilo ahí fue increíble, no había otro lugar en el mundo en el que, su pelo largo y su aspecto bohemio encajaran mejor.
Yo trataba de practicar mi horrendo Frances, cuando una voz harto conocida me llama por atrás, y ahí estaba, igual de flaco y palido, parecía que se hubiera detenido en el tiempo, nos dimos un abrazo de siglos, nos sentamos y ordenamos mas vino.
Nos pusimos al dia en nuestros asuntos, el como siempre, andaba pintando y trabajando en algo que no entendí muy bien, conociéndolo debía ser algo chueco, pero estaba simplemente siendo el mismo, viviendo Europa a mil por hora, a su estilo.
Los tragos menudeaban y los recuerdos y la nostalgia de la juventud florecieron. Esas noches en las que tomabamos tragos baratos en la plaza Francia en Lima, Quien lo diría? Ahora estaba,mos tomando en Francia, del vino mas barato por supuesto, aquí todo es carísimo, definitivamente la vida da vueltas.
Verle me hizo reflexionar acerca de mi mismo, trabajando como traductos en una corte americana, trabajo tedioso y un tanto gris, veloa el tan libre e iresponsable como siempre prendió la chispa de mis veleidades juveniles, ser un escritor maldito, llevar una vida bohemia y morir joven.
Por eso fue que cuando el bar cerro, fuimos a comprar mas vino por las calles febriles de Pigalle, y nos embriagamos como en los viejos tiempos, en una esquina cualquiera, hasta el término intermedio entre realidad y demencia.
Asi fue que nos acoplamos a un grupo de jóvenes franceses bastante ebrios también. A partir de ese momento ya las cosas no fueron muy claras, mi precario Frances completamente desvanecido bajo los efectos del alcohol, escuchaba a Camilo hablar con ellos en tono desafiante.
-Cholo, vamos a demostrarles a estos franchutes que los perusnos no arrugamos!.
Vagamente, entendí que hibamos a trepar ese edificio al frente nuestro, usando los balcones y los restos de viejos andamios en desuso y cayéndose a pedazos, una vez en el techo, hibamos a saltar sobre el vacio hacia el edificio vecino por el que nos hibamos a descolgar hasta la calle de nuevo, una idea completamente demencial.
Nunca lo hubiera hecho sobrio, era descabellado, riesgoso e infantil,pero estaba con Camilo, en parís, y la vitalidad furiosa del gato volador me hizo recordar nuestras aventuras del pasado, asi que solo atine a decir.
-Que chucha, vamos!-
Muchos viejos edificios de Paris están rodeados de esos andamios, algunos no están siendo refaccionados, pero los andamios continúan ahí, fruto de la desidia y la costumbre tan francesa, de embrollar todo y dilatarlo, los andamios estaban cubiertos de herrumbre y se caian a pedazos.
-Alors!-
Mientras trepaba, todo el mundo se esfumo a mi alrededor, el escaso remanente de sobriedad estaba en mis manos y pies, que se aferraban a los fierros con terror al vacio, y asi fui escalando.
El tramo final fue el mas difícil,pues no había forma de llegar al techo,pues faltaba un escalafón.
En segundos Camilo estaba al costado mio y me dijo: -patita de gallo-
Con su ayuda, tome impulso y me agarre del alfeizar del techo, me ize a fuerza de brazos, luego aferrando mis pies a un tubo, descolge mis brazos, Camilo los tomo para izarse agil como un gato, definitivamente esa fue la mejor salida, pues si Camilo hubiera subido primero, no habriapodido izar mi cuerpo, definitivamente mas solido que el de Camilo.
Mientras tanto, los franceses dudaban como pasar el ultimo tramo,no se les ocurria ayudarse mutuamente, cada quien trataba de trepar por su propios medios. “El individualismo Europeo” me dije.
Ahí arriba, todo tuvo sentido, ver Paris desde lo alto de noche, fue una experiencia casi mistica,corria sobre el techo del edificio, con camilo a mi costado, en unos segundos hibamos a llegar al borde del edificio, al espacio vacio que debíamos saltar para llegar al otrolado, para luego iniciar el descenso. Nunca en mi vida me había sentido tan vivo, mire a Camilo y sonreí pensando que teníamos diecinueve anos, que estábamos por encima del mundo y sus leyes, y nos hibamos a arrojar al vacio desafiando el peligro, en un salto demencial.
Todo fue cosa de segundos, con suerte cai del otro lado con medio cuerpo, y parami suerte halle otro tubo del que aferrarme y me ize usando un brazo y una pierna, el golpe me debió haber dolido, pero la adrenalina me tenia anastesiado.
Cuando voltee a ver a Camilo, que había saltado decimas de segundo después que yo, lo vi aferrarse con los dos brazos al borde del edificio, pero el borde en el que había caído era resbaloso y liso.
Y vi sus manos resbalar rápidamente, su cuerpo cayo hacia el vacio, sin un grito…
Los franceses estaban inmóviles, mirándome desde el borde del otro edificio, mirando el cuerpo sin vida de Camilo en el suelo.
El gato volador estaba en el callejón anónimo, en medio de dos edificios viejos en Pigalle, reposaba en la noche fría de parís, sobre un charco de sangre,en el dia en el que se le acabo la suerte.








Texto agregado el 08-05-2009, y leído por 377 visitantes. (0 votos)


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