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LA PEZUNA FATAL DEL TIO PEPIN

El tío Pepín no es mi tío, es más bien el tío de un viejo amigo, y La manera en que le conocí fue a través del sentido del olfato, nadie me lo presento, su carta de presentación fue el olor nauseabundo y rancio de medias sintéticas sudadas embutidas todo el día en zapatillas de jebe, de las más corrientes.
Llegaba de alguna correría nocturna e iba a pasar la noche en casa de mi viejo amigo, demasiado ebrio para llegar a casa por mis propios medios, la alfombra de su cuarto, que de por si era pequeño y compartía con sus otros dos hermanos, era mejor que el parque o el asfalto de la calle.
Y no tuve necesidad de ningún caldo de gallina, o de un café bien cargado para reponerme de la curda, ni apenas entramos al cuarto, nos abofeteo el hedor insoportable, y se hizo de día y vino la lucidez…si, pero una lucidez espantosa, como la que sentirías un día de verano, vendiendo enciclopedias en la avenida Abancay, en terno.
Los Góngora, ese era el apellido de mi amigo y su familia, una familia disfuncional de caracteres fuertes y testarudos, buena gente al final de todo.
Los otros dos hermanos Góngora se habían refugiado en la sala, dormían en la alfombra, desalojados de su habitación en la que dormía el maloliente huésped.
Sin muchas opciones, decidimos pasarnos la noche en blanco, una botella de pisco de compañía. Yo atisbaba desde la puerta entrecerrada, la figura grotesca del Tío Pepín, panza chelera, doble papada, labio leporino, azambado, medias sintéticas, sus ronquidos con olor a cerveza y tabaco, eran los alaridos de apareamiento de un bufeo.
Durante mi juventud en Lima, pase la mayor parte del tiempo desempleado, me pasaba las tardes muertas oyendo música en la cocina de mi viejo amigo, fumando cigarrillos “gold coast” de contrabando, y mirando las musarañas.
Su padre era simplemente un ogro, la mayoría de las palabras que decía venían en tono de queja, recriminación, amenaza o burla. Tenía una manera peculiar de mostrar el desagrado que le inspiraba nuestra presencia ociosa, gruñidos y gestos fieros, sus movimientos eran tensos, duros, servía su café con odio, calentaba su comida con odio, a veces se retiraba sin decir una palabra.
Eran tiempos duros, la economía estaba por los suelos, y los trabajos eran escasos, su padre no tenía trabajo, pero tenía cierta habilidad para el dibujo y el diseño, y así se ganaba el pan. Con ingenio había creado diseños en serigrafía para camisetas de futbol, siendo un gran hincha del Alianza Lima, había comenzado con frases que reflejaban el sentir de la tribuna.
Por supuesto, que los Góngora siendo una familia de clase media venida a menos, como casi toda la clase media peruana de esos tiempos, y tenían escrúpulos de vender las camisetas en plena calle, como un ambulante, un cholo cualquiera.
Pero la necesidad tiene cara de hereje, y al poco tiempo no solo el padre, sino también los dos hijos mayores, se paraban a la salida de los estadios, vendiendo camisetas para fanáticos del futbol, por supuesto, en gorritas y lentes de sol, el dinero no les venía nada mal.
Y hasta yo entre al negocio, era entretenido pararse en los estadios y disfrutar de la fiesta del futbol, ver a las barras bravas, conversar con ellos, sentir la emoción de un día de juego importante, o la euforia colectiva de la victoria y su celebración.
También el tío Pepín vendía camisetas en el estadio, aunque no vendía mucho, se paraba en un rincón sujetando sus camisetas con increíble cara de cojudo, gorra demasiado pequeña para su cabeza, una panza abultada que quería escapar de la camiseta ajustada, y las terribles zapatillas de jebe, de marca “chancho”.
Definitivamente, esto era mejor que quedarse en la cocina de mi amigo, escuchando música depresiva, ya los cigarrillos se habían acabado.
Cuando teníamos un buen día de ventas, el papa de mi amigo se alegraba, y ya no era tan ogro. A veces tomábamos cervezas y contaba chistes colorados y anécdotas graciosas.
Por ejemplo, contaba vaciando su vaso de cerveza, como el día de la tragedia del Alianza Lima, el dia en que el fatídico Foker, se estrello en el mar de Ventanilla con todo el equipo titular, el tío Pepín no lo podía creer, tenía que ser una broma de pésimo gusto, cómo podía haber desaparecido así una generación de “potrillos”, que era el futuro del futbol peruano?.
Fanático blanquiazul y vecino de la Victoria, Pepín se fue corriendo al estadio de Matute a cerciorarse. Pero el ver el cortejo fúnebre y la multitud de dolientes, fue mucho para el, y se desmayo en medio de la multitud.
Al día siguiente entre fotos y portadas de la tragedia, un pasquín deportivo tenía una foto de Pepín desmayado en el suelo, la foto expresiva y tragicómica del hincha, Pepín en su camiseta blanquiazul, de la que su panza escapaba descubriendo el ombligo, mandíbula abierta, había perdido un zapato de jebe, su eterna media sintética al aire.
Sin muchas posibilidades de encontrar un trabajo, y ya ducho en la venta de camisetas en el estadio, decidí que era el momento de aventurarme y hacer el negocio por mi cuenta.
Y tenia el mercado perfecto, yo era y soy, hincha acérrimo del Sporting Cristal, los Góngora Vivian en el pasado, creían que Alianza Lima y Universitario eran los únicos equipos con grandes hinchadas en el Perú, y miraban al Cristal, como una opción no viable, según ellos no vendía, no era popular.
Las multitudes que iban a vitorear a la maquina celeste del tricampeonato les daban la contraria, y yo fui ahí, a vender mis camisetas, con un diseño original que me hizo el papa de mi amigo, el partido de reinauguración del estadio San Martin de Porres.
Y tal vez había llegado demasiado tarde, pese a que había una gran multitud, y gente paraba a ver mi producto, se iban comentando.
-Las otras están mejores-
Así vendía poco, y decidí averiguar quien vendía mas que yo, que había llegado con un producto original y novedoso.
Lo que vi me indigno y sorprendió, el tío Pepín estaba parado en una esquina, vendiendo camisetas con el mismo diseño que el mío, pero más grande y estampado en frente y espalda, las camisetas eran además, de algodón de mejor calidad e iban al mismo precio que las mías.
Eso era competencia desleal! El tío Pepín con su cara de simio se había copiado mi diseño original y vendía sus camisetas como pan caliente, los billetes abultados en sus bolsillos, y en el colmo de la desfachatez, llevaba puesta la camiseta del Sporting Cristal. El!...la camiseta ajustada le cenia la panza como un balón de playa, ciego a mis miradas de reproche…
En mi turbación no se me ocurrió mas que señalarlo y gritar con todas mis fuerzas.
-Ese es cagon!!-
Frustrado, puse mis camisetas no vendidas en mi mochila, y decidí que iba a entrar a ver el partido como un hincha mas, y mientras me iba me llego la respuesta del tío Pepín en un grito destemplado con su boca desdentada, llenecita de caries.
-Calla pezuñento!-
Me aleje pensando –hay gente descarada!-,los seis goles del Sporting Cristal de esa tarde, contra un inoperante Cienciano del Cuzco, me mejoraron el humor, y ese fue el fin de mi negocio de ventas de camisetas en los estadios.
Diez años después, por azares del destino, vine a vivir a California, en los Estados Unidos, lejano de los estadios y el futbol limeños.
Un día, subí con mi enamorada americana a un bus público, buses híbridos y ecológicos, con plataformas levadizas para sillas de ruedas y voz automatizada que anuncia las paradas, años luz de combis y micros en Lima.
En ese tiempo mi auto estaba descompuesto, andar en transporte público en California, es cosa mas de inmigrantes y gente pobre, pese a eso el transporte público es eficiente, seguro y limpio.
El olor ofensivo a pies nos hirió, era nauseabundo, aun en el interior aséptico del bus de Orange County Transit, el hedor era intolerable.
Para mi sorpresa, había un “homeless” sentado, que se había sacado las medias, y con un palillo se hurgaba la mugre entre los dedos de unas negras. Y mas atónito me dejo el descubrir que esa doble papada, esa barriga inmensa, esa expresión estúpida, eran del Tío Pepín, que se veía viejo y acabado, y que había traído, Quien sabe cómo habría llegado aquí y que hacia? Su pezuña fatal, directamente de Matute en la Victoria, a Orange County, en la soleada California.

Texto agregado el 08-05-2009, y leído por 146 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-05-2009 Muy bueno. Me ha gustado tu narrativa, tienes un estilo muy propio y lo mejor de todo es que mantiene el interés en todo momento. Un gusto haberlo descubierto amigo y le dejo mis 5 puntos. rolox37
 
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