"Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula, que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más."
ALFONSINA STORNI (argentina)
Se ordenó en un moño alto el pelo color de ciruelas. Lo miró con una sonrisa a medio enarbolar y mientras lo hacía buscaba mecánicamente las llaves de la casa en la que no volvería a entrar. Cuando las encontró, cerró el bolso, se levantó lento y ahora sonriendo ya plenamente le dijo “Que te quiera tu madre, huevón”. Le hizo un cariño al gato que dormitaba sobre la silla, tomó el echarpe multicolor (que la hacía parecer un extraño papagayo en mitad del sur chileno), y se fue sin volver a mirarlo siquiera una vez. De eso, casi cinco años.
Tenía corazón de corsario. A ratos me devastaba. Bajaba de sus naves y tomaba todo lo que esta tierra guardaba, lo tomaba con fuerza y violencia, a punta de espada y de lengua ávida. Había vivido el doble que yo, pero a su lado me hice vieja porque aprendí la desconfianza, el temor, el esperar toda una noche y un día y otra noche más que regresara de quizás dónde. Me hice vieja de pensar que llegaría con sabor a bar y con poesía de Neruda a pedirme perdón y sexo, a exigirme la desnudez y el amor.
Pero tanto va el cántaro al agua que al final se rompe. Esta redondez de mujer pehuenche ya no quiso contener ni sus sudores, ni su semen y menos su sangre. Me fui sin pensar ni en el gato que me conocía más que él. Ni en mis plantas que terminarían muertas bajo su cuidado, ni tan siquiera en la bendita clepia que por generaciones estuvo en mi familia, donando su flor dura y fragancia dulce, sus cinco puntas blancas, sus cinco puntas amarillas y su centro rojizo.
Me fui y sólo escribí una pequeña reseña: “Animal de manos eruditas, lengua filosa y actitud errante. Puede provocar la hibernación del alma ajena”. Fue el inicio de mi Bestiario Infinito. |