Extracto de "Aventuras de un novelista atonal"
de el Maestro Alberto Laiseca
“Yo le canto a mi mujer blanca en las tierras heladas de Manitota, y en tus fiordos noruegos como lanzas. Icebergs, mentirosos como tus pensamientos, mostrando sólo la parte más chica, dispuestos a rotar inesperadamente brindando el otro lado. Mi mujer amada, querida pese a tus caprichos, y por ellos; encantadora durmiendo en nuestra cama abrazando a tu osito, que conservaste desde niña, o apretándome loca de lujuria. Tus resistencias que en su momento no entendí y Arrepiéntete Walpurguis de Procol Harem que estoy escuchando en este momento. Hija de Odín cabalgando a través de la tormenta, no perdiendo su fe pues sabe que estamos cerca.
Y le canto a mi mujer judía, la mejor de las hijas de Jacob, la no consultada; robándosela a la Sinagoga y al Dios de sus padres.
Qué podría ser más erótico para un hell´s angel que tener una novia judía. Y viceversa. Y con mi moto romper todos los cristales en la noche de cristal en casa de tu papá Samuel y tu horrorizada mamá Sofía, que se preguntan cómo puede ser que el Innombrable permita un tiempo como éste en que las chicas judías andan con etcéteras.
Y a mi mujer japonesa, panoplia de espadas, condecoración de hojas de roble con diamantes. Y porque como Arthur Koestler quisiera cantarle al loto y al robot. Mortal como un golpe de karate, al sentirse traicionada. Y con entrega tierna y absoluta cuando lo siente cerca al otro; vocación de servicio que sólo posee la mujer oriental.
Y a mi mujer etrusca para quienes sus hombres consideraban que la más grande prueba de amor era regalarle un enorme perro gran danés con las joyas de su raza en la frente; porque no eran celosos y ellos como yo, nunca pensaron que la mujer fuese una propiedad privada.
Y le canto a la mujer vestida con jabalíes y venados y manchada con la sangre del dragón. Mi mujer amazona que combatía al lado del hombre e incluso superándolo porque escucho La pared Maravillosa de George Harrison y por ellas se cortaban el seno derecho: para que no les molestase cuando debían disparar flechas de oro y plomo con el arco de Artemisa; hecho con jaurías y ramas de la floresta y amasado con la sangre de la hidra.
Y a la mujer de piedra, vestida con dinosaurios y cosiendo sus ropas con el colmillo mágico del mamut. Más fuerte y más humana que la Edad Glacial y las cavernas, el fuego de leña y la capacidad para resistir que le robamos al rayo.
Y a la mujer mecánica hecha de paralelepípedos y ojos de icosaedros, refugio del solitario que por ser tan grande ya no tiene mujer, con servomecanismos más caros que las joyas, amándome electrónicamente a través de circuitos, pero tan independiente como la otra y peleándose a veces conmigo y es bueno que así sea porque es otro ser. Espejo a piedra esmeril y transistores como computadoras electrónicas gigantes de cien toneladas de peso, que hubiesen fabricado las termes en laberintos hechos con aceros de distintas aleaciones.
Y a la mujer lesbiana porque la verdad que tienen razón porque los hombres cerdos chauvinistas de mierda. Ellas que comprendieron a través de orgasmos por amor al arte que sólo la mujer es digna de ser querida y deseada y porque yo entonces, soy lesbiano también y no me arrepiento Walpurguis.
Y a mi mujer sioux cherokee adorando al Dios Sol, Manitú, en tus tiendas asirias y caldeas.
Y a mi egipcia que vive con animales en su cabaña, cerca de las flores del papiro, el agua del Nilo y los cañaverales llenos de cocodrilos y pájaros.
Y a mi mujer árabe hermosa como una letra del Korán, o a una montaña del desierto, poderosa como el Simún y llena de curvas y puntos como un combate de tanques en el Sinahí, mientras escucho Más allá del límite de Procol Harum, Kashmir con Led Zepellin y Resonancias de Pink Floyd.”
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