En nuestro viaje me desvié del camino
el rumbo de mi vida cambió
mis pies perseguían nuevos destinos
más cerca del mar y del sol.

Las manecillas de la brújula de bolsillo
que apuntaban cada paso que se dió
se congelaron en el ecuador de nuestras vidas
por la helada que en aquel tiempo nos acechó.

Construimos nuevos paisajes con nubes claras y grises
con niños jugando en la playa
con verdes y atractivos matices
con senderos que conducían hacia terrenos seguros y firmes.

Tu en el Norte y yo en el Sur
y una delgada telaraña separaba nuestro ecuador
dónde convergían nuestros paisajes tan dispares y distantes
nuestros momentos, nuestras huellas, nuestra ensoñación.

Ahora el magnetismo del suelo donde pisamos
se invierte y se cruzan tu Norte y mi Sur
los paisajes parecen confundirse
y la telaraña envuelve nuestra gran actuación.

Mi suelo parecía firme y seguro
tenía el calor del sol y la brisa del océano
pero los niños no siempre jugaban en la playa
por las nubes grises que el Norte arrastraba.

Quizás mi ahora Norte necesite de tu Sur
del calor de su verano, del brillo de su luz
de los niños bañarse en sus aguas
de senderos que me alejen de la cruz.

No sé si aferrarme a mi balsa
y anclar en las apaciguadas aguas de mi mar
o dejarme arrastrar por la corriente
sin saber si vendrá la tempestad.

Si todo en la vida se invierte
quizás nuestras balsas se puedan cruzar
nos salvemos de aquel abismo
que un día nos vió naufragar.

Encontremos las manecillas que dejaron de apuntar
nos bañemos con los niños en las aguas de la complicidad
cultivando nuestra tierra con la esencia del amor
y nuestros polos queden sellados por la línea del ecuador.