Allá por los ochentas Sabrino huyó con su familia completa de la sierra hacia Lima la capital, lugar de tierras planas, de clima templado y bañado con las aguas verdosas del Océano Pacífico. Sabrino nació y pasó toda su vida en Huamanga, privilegiado lugar asentado en la region andina, elevado a miles de metros de distancia, en donde los cerros, los rios y praderas son la mejor envoltura que tiene. Justo, esta joya de la naturaleza, lamentablemente, se había convertido en foco del terrorismo y casi toda la población escapó adonde mejor pudo. Huamanga quedó enlutada y sumida en la mas triste desolación.
Ya en la capital, la miseria se apoderó de la vida de Sabrino, lo seguía a donde quiera que iba. Eran tiempos difíciles que no le daban tranquilidad. En esas circunstancias fue que Sabrino decidió venirse en un barco, trabajando de mozo, y quedarse por las tierras del norte, atestada de inmigrantes. Apenas arribó a suelo americano, se ubicó en una pensión y salió a buscar trabajo en una agencia de empleos, de aquellas que abundaban en New Jersey.
El su primer día de trabajo, esperaba inquieto -en su pequeño cuchitril- a que amaneciera, para salir a la calle y subirse a la camioneta que lo llevaría a la fábrica de cosméticos en donde aprendió todas las técnicas para elaborar lápices labiales, polvos, maquillajes y una variedad de artículos de belleza.
-Buenas, don Idelfonso, -le dijo al conductor-. Hace un frío tremendo que me congela hasta los cabellos, mire como los tengo, tiesos como alambres.
-Tendrás que acostumbrarte a enfrentar este frío agresivo que te carcome hasta los huesos. Por eso, y con razón, los viejitos no lo soportan y casi todos se van a vivir por esta temporada a Miami, para taparse con el cálido viento.
Fue muy duro para Sabrino poder adaptarse a ese país en donde todo era diferente. Casi todos los lugares tenían un tamaño que excedían de lo normal, miraba con asombro aquellas inmensas calles, carreteras, colegios, centros comerciales, puentes, parques y bosques magestuosos e imponentes a su vista de inmigrante.
Se extrañaba que todo hubiera en abundancia, lo que sobraba, se botaba casi nuevo. No se explicaba cómo en Perú la gente mataba y se hacía delincuente por robar un celular o un reloj cuando aquí eso se tiraba a la basura con la mayor facilidad. No entendía cómo las personas estaban sumergidas y vivían en función al trabajo, al que se le rendía un culto especial.
El ritmo de vida de cualquier inmigrante era rutinaria, salvo los fines de semana que lo dedicaban a los quehaceres domésticos, mientras que en Perú, las horas eran más largas que alcanzaba tiempo para realizar ciertos placeres como ir a las reuniones familiares o asistir a las celebraciones por diversos motivos. Siempre había un pretexto para festejar los dias.
Tenía que hacer lo posible para adaptarse a este nuevo mundo lleno de barreras. Es cierto que estaba trabajando y tenía la satisfacción que sus padres, esposa e hijos vivían con tranquilidad por los giros que enviaba, pero la vida se le hacía muy difícil. La soledad que le embargaba era tremenda. No tener con quién compartir sus penas era lo más terrible que le podía pasar. De ahí que sus compañeros de trabajo eran, de alguna forma, un soporte emocional al gran vacío que teñía de gris cada uno de sus dias.
A pesar que hacía lo posible para distraerse, sentía que vivía perseguido por una silueta fanstasmal y tenebrosa, a punto de tragárselo. Vivir en sosobra por falta de un documento de identidad le hacia sentir escalofríos, en especial, cuando miraba a un patrullero pasar por su lado. Pensaba que en cualquier momento le pedirían documentos. Este delirio empujó a Sabrino a pensar por las noches, en la forma de arreglar su situación. Tenía que hacer algo para cambiarla.
Cierto día, se atrevió a preguntarle a su compañera de trabajo, a Chabuquita la boricua, si estaría dispuesta a casarse con él sólo para arreglar su situación legal.
-Sabrino, ¿me estás pidiendo que me case contigo sólo para arreglar tus documentos?, !pensé que me querías de verdad!, lo dijo con una mirada picarona.
-Solo hay un motivo. Recuerda que tengo mi familia, allá en mi país.
-Como esto es un negocio, seré franca amiguito. La gracia te costará doce mil dólares. Luego nos divorciamos y cada quien seguirá con su vida.
-¿Hay alguna rebaja para tu amigo del alma?. Comprende Chabuquita, no cuento con tanto dinero. En tres años que tengo viviendo aquí, todo se me ha ido en giros y en pagar mi pensión.
-Arreglemos en diez mil redonditos y no se hable más del precio. Si aceptas, le dijo con gracia, me guiñas el ojo y si no, me sacas un pañuelo.
-Sabrino, siguiendo la gracia de su amiga, le guiñó el ojo en señal de conformidad.
Estaba en pleno trámite de sus documentos. El día de la entrevista, cada uno respondió a las preguntas ambiguas y a todos los detalles de la vida íntima que supuestamente tenían. Salieron aprobados y migraciones le otorgó su residencia temporal.
Durante un año estaría en período de prueba y su vida sería controlada al milímetro.
La idea era, una vez ciudadano, hacer la petición para su esposa y sus hijitas quienes ansiosas estaban por verlo y conocer ese país.
Sabrino recién empezó a sentir la tranquilidad de verse como los demás residentes porque tendria la libertad de conseguir un trabajo decoroso, comprarse una casa, un carro y salir a las calles tranquilamente, sin ningún temor.
Claudio, el compañero de su nuevo trabajo que solía visitarlo los fines de semana, observó que su cuartucho era deprimente y le despertó la idea de mudarse a un lugar más decoroso.
-Cierto, Claudio, ahora que gano más, debería dedicarme a vivir mejor. Buscaré un lugar más ventilado en el primer piso y alejado de aquí.
Al cabo de dos semanas Sabrino se mudó y se sintió feliz del cambio que le produjo estar en un mejor vecindario. Compró muebles nuevos. Estaba concentrado en la decoración de su departamento.
-La felicidad sería completa si mi familia estuviera conmigo. Le consolaba la idea que dentro de pocos años los tendría a su lado-.
Había pasado cerca de medio año, cuando le sucedió algo increíble en la estación de trenes. Ese día se olvidó su billetera encima de su cama, no contaba con dinero, ni siquiera tenía en los bolsillos los tres dólares para pagar el boleto del tren a New York. Los minutos pasaban y se le hacía tarde para llegar al trabajo.
Desesperado, dió una mirada sigilosa a su entorno. No había gente, todo estaba en silencio. Luego, apoyándose en unas barras que servían para separar y controlar las entradas de pasajeros, se dió impulso y de un salto felino pasó por encima de los fierros giratorios de la entrada Suspiró aliviado luego de aligerar sus pasos hacia el andén para esperar su tren. Mientras caminaba, iba sudando a mares, por la proeza del salto y por el susto que todavía lo embargaba.
Al fin llegó su tren. Se abrieron sus puertas eléctricas y cuando estaba dispuesto a embarcarse, sintió que una mano caliente lo jalaba de su camiseta arrastrándolo hacia una banca. Eran unos policías vestidos de civil, que habían visto toda la escena, escondidos tras unas gruesas columnas, de las que abundan en los subterraneos de New York. No puso resistencia; en menos tiempo que le tomó alzar el rostro, sus temblorosas manos se vieron sujetas por unas gruesas cadenas, selladas por un llave metalica.
De inmediato fue conducido a la dependencia policial. Para sorpresa suya le mostraron que su foto figuraba en las redes privadas de la policía, con el gran rotulo de No habido, Sin domicilio.
Sucedió que los agentes de migración, al acercarse a su anterior domicilio se dieron con la sorpresa que ya no vivía en ese lugar. En el buzón aparecía registrado el nombre de otra familia.
De inmediato, los agentes se alertaron, les resultó sospechoso que Sabrino no avisara nada al respecto. Ellos sabían que por lo general, eso sucede con quienes están dedicados al crimen. A partir de este hecho, se ordenó su búsqueda en todo el país y estaciones migratorias de los aeropuertos para evitar su posible fuga.
!El mismo había dado pretexto para que lo relacionen como un avezado delincuente y eso era gravísimo!.
-Qué imprudente he sido en saltarme la entrada del tren sin pagar; habrán pensado que siempre lo hago- se lamentaba Sabrino, apretándose con furia sus gruesos labios.
Una vez entre rejas, confundido entre los presos, se puso a reflexionar sobre su destino.
-Si esta gestión no prospera, mis diez mil dólares se habrían ido al agua. Lo peor de todo, mis ilusiones y el futuro de mi familia se haría humo como un eco en medio del mar.
El único nexo con el exterior eran su abogado, su amigo Claudio y Chabuquita.
Decidió comunicarse con su abogado. En la primera entrevista, el licenciado Tejeda le reprochó su gran descuido, el que ahora estaba costándole su libertad.
-Quedamos en que te ibas a comunicar conmigo cuando pensaras hacer cualquier cambio en tu rutina, ya de vivienda o de trabajo. Te lo advertí hasta el cansancio y !no te importó!. Has sido el colmo de irresponsable, Sabrino.
-No me haga sentir mas nervioso de lo que estoy. Dígame abogado Tejeda, de una vez por todas, ¿qué debo hacer?.
-Déjame averiguarlo el lunes. Hoy sábado, las oficinas están cerradas.
El fin de semana se le hizo interminable. Por fin llegó el lunes para salir de dudas.
El licenciado Tejeda, con rostro confundido y resueltamente mortificado, se apareció con un sobre y se lo entregó a Sabrino para que lo abriera en su delante.
Sabrino leyó la nota. Era una carta con fecha pasada remitida por migraciones, en donde lo citaban para un determinado día a presentarse con su esposa a firmar unos papeles. Ese mismo día le renovarían todos sus documentos para darle la residencia definitiva. Si no se presentaba, se ordenaría una orden de deportación en su contra. Para entonces, el ya no vivía en ese lugar.
Sabrino ignoró por completo el contenido de la carta. No se le ocurrió imaginar que su correspondencia seguiría llegando a su antiguo buzón, mientras no avisara el cambio de su domicilio por escrito o, simplemente, por teléfono. Fue un error que nunca se lo perdonó.
El licenciado Tejeda le dió una palmada en el hombro, en señal de consuelo y le dijo muy resuelto
-lo siento, Sabrino. He agotado todas las gestiones pero nada se puede hacer. Dentro de dos días sale tu vuelo. Saldrás en libertad ahora mismo solo para que recojas tus pertenencias y canceles tu pasaje. Te estarán esperando en el aeropuerto a la media noche,. No faltes.
Con todo su pesar, Sabrino se despidió de su gran amigo Claudio y de Chabuquita. Ambos lo consolaron y trataron de hacerlo sentir que no era una derrota lo que había pasado con el. Era una experiencia mas que le tocó vivir. De todos modos, este país le había dado la oportunidad de aliviar sus necesidades y mitigar el hambre de su familia, cuando más lo necesitaba.
Los tres se enlazaron e hicieron la promesa de volver a reunirse para celebrar por la amistad que les tocó compartir.
De regreso a su país, Sabrino se volvió a reunir con su adorada esposa y sus entrañables hijas, después de seis años. Era lo mejor que le podía pasar. La unión con los suyos era la mejor compensación que el destino le estaba brindando a manos llenas, y esta vez no estaría dispuesto a separarse de su familia. Lo peor había pasado ya. Después de todo, el dinero, si bien lo sacó de la miseria, ahora no era la meta máxima de alcanzar, era sólo el medio para ser feliz.
No podía dejar de agradecer las oportunidades que el país del norte le había dado.
Había aprendido a valorar dos tesoros muy preciados: a su familia y al trabajo.
Sabrino volvió a nacer. Con toda la experiencia que trajo sobre sus hombros, se sentía con una energía fabulosa para emprender nuevos horizontes, allí, en su tierra.
Llegó en una época en que el país atravesaba por una floreciente prosperidad económica. El terrorismo era un capítulo negro, ya sepultado. Ahora había tranquilidad para trabajar. La tierra natal de Sabrino abrió, nuevamente, sus brazos generosos a ese hijo pródigo que salió a conocer el mundo y regresó para valorar lo que tenia. Sin pedir nada a cambio, su bello Huamanga lo volvió a colmar de ilusiones.
Con los dólares ahorrados que tenía bajo el colchón, decidió dar inicio a un negocio. Meche, su esposa, se encargó de sacar adelante la fábrica de cosméticos que abrió en plena avenida principal, en Huamanga.
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