Cuando me veo desde fuera, no tengo claro qué es, supongo que un alma vagabunda, como todas, al fin y al cabo. Con lazos efímeros a cosas materiales, a cuerpos físicos, a una vida que está destinada a dejar de ser lo que es. Supongo que veo una máquina que funciona de forma tan perfecta que comprenderla a un nivel bastante mediocre nos lleva toda la vida y que, aún así, nos deja dudas sin resolver. Supongo que veo lo que quiero ver, aunque también sé que, en el fondo, querría ver algo diferente. Supongo que veo actitudes, aptitudes, movimientos, formas, colores, detalles banales que no evocan en mí ni la más mínima emoción. Supongo que eso que veo, cuando me veo desde fuera, es lo mismo que ven los que se sientan ante mí y, abriendo los ojos, me miran. Sin embargo, cuando me veo desde dentro, todo se ve embriagado por un aura infinita, con un color que no existe en el mundo que está fuera y veo cómo bullen, sin parar, cientos y cientos de sentimientos. Cuando noto cómo el aire entra en mi cuerpo, cuando noto cómo mis pulmones se llenan y siento como que al final de cada minuto debería dar las gracias porque eso sucediera, cuando noto que puedo percibir lo que me rodea. La sensación de frío, por la que me quejo, que hace que se me pongan los pelos de punta, la de calor, que hace que me sienta pesada, la sensación de que mi cuerpo se expresa independientemente de mis intenciones y de mis pensamientos, la sensación de estar viva y de agradecimiento por ello. Y qué decir de la sensación al despertarme por la mañana, cuando abro los ojos y la luz entra por ellos, dejándome diferenciar todo aquello que está al alcance de mi vista, dejando que me embriague la belleza de la propia obra de la naturaleza. ¿Y si un día me despertara y esto no estuviera? Creo que nadie puede alcanzar a imaginarlo seriamente, a sentirlo real, porque sería más que suficiente para acabar con la esperanza de cualquiera. ¿Y qué me dices del tacto? Cuando tocas una manta, suave, aterciopelada, cuando pisas la hierba, cuando dejas que entre tus manos pase el agua o la arena, cuando la brisa tropieza con tu cara, cuando te toca el cálido cuerpo de otra persona, cuando notas su aliento, su pelo, sus yemas, cuando, sin que te toque, notas su presencia. Cuando me veo desde dentro, me gustaría que pudieras verme desde donde yo me veo, porque es tan poco lo que puedo mostrarte de mí, que me siento triste por no poder hacerte partícipe de estos sentimientos. Al final, las relaciones humanas, sean las que sean, se reducen a cuatro aspectos contados, para los que no hay que tener demasiada capacidad, es fácil sentirlo, es fácil entenderlo, aunque por naturaleza nos empeñemos en complicarlo. Sin embargo, el amor que yo concibo viene del alma, viene del ser, pero no del que se ve, sino del que ni se puede explicar. Ojalá pudieras sentir, aunque sólo sea un minuto de tu vida, esto conmigo, verme desde dentro, sentirme como si fueras tú mismo, si fuera posible, ese sólo minuto, sería más que suficiente para decir que nunca ha habido nadie, ni habrá, personas que se quisieron, o querrán, como nosotros nos habríamos querido. ¿No te parece triste lo limitados que estamos para expresarnos, lo limitados que estamos para hacer sentir a los demás y lo limitados que estamos para comprender lo que los demás sienten? ¿Qué es lo que falla, qué hacemos mal para que esto no sea posible? Si estamos preparados para sentirlo, deberíamos estarlo para vivirlo.