Te observo, no tan frontalmente como quisiera, casi nunca me atrevo, sé en el alma que te estas apagando, el tiempo que todo lo consume, lentamente te va extinguiendo, te vas anegando en silencio, te vas muriendo...
Yo recién soy un hombre, apenas te voy conociendo, pero recuerdo que me hablaste alguna vez de tiempos pasados, de tu único amor, de tu desengaño y desamparo, de ese modo singular de abrazarte a tu soledad cuando aquel amor hubo acabado.
Un débil y hermoso vínculo aún te une a la vida, el mismo por el cual tantas veces me he preguntado, ¿que tan consciente estaras de esa ineludible e insobornable realidad tuya? ...Cómo haras para sonreir tan abiertamente algunas veces, calumnias a la muerte con esa dulce indiferencia: creo que sabes algo que yo no se, y quiero que sepas lo feliz que me torna el hecho, cabal o no, que dibuja en tu cansado rostro una jovial sonrisa.
Algunas veces, cuando salís a conversar al patio, entro a tu casa y miro largamente las fotos que hay en tu cuarto, y las que cuelgan de las paredes del corredor, se ven hermosas, tan en blanco y negro, como testigos implacables de una juventud que el tiempo transmuto en recuerdos. Tengo una pregunta, o tal vez, solamente una curiosidad, ¿que te hizo sonreir en ese único retrato tuyo, en escala de grises y con el rojo de tus labios retocado? Allí no miras hacia el lente fotográfico, estas inclinada hacia la derecha, y hacia allí estas mirando, que habrá llamado tu atencion en aquella antigua casa de mitad de siglo...
Me aventajas sesenta años, y en estos días, con el dolor que ya perfila tu ausencia, apresta la muerte su encomienda, para tristemente llevarte primero.
|