Hay tantas cosas que sopesar y nutrirse de ellas, que me parece un tormento ser apresado por una lengua de un calamar gigante salido de las profundidades del mar.
Si yo estuviese allí no lucharía con ese monstruo, lo vería con una mirada de tristeza, esperando aplaque sus instintos verbales, después le quitaría el teléfono y le pondría un pincel de mil colores para que plasme de arcoris su vida.
Mientras habla iré a caminar por el mundo. Allá la montaña que amplifica la respiración asmática del alpinista. El viejo camino de añosos árboles por donde sólo las almas de los abuelos transitan y más allá el campo de flores que se niegan a morir y que las mujeres cuidan con esmero y amor, tal vez viendo el reflejo del futuro entre las hojas.