Los caminos del desencuentro.
Un cielo triste y encapotado acompañaba su trayecto, minúsculas gotas de agua mojaban su rostro sumido en la mas profunda tristeza. Ya sin lágrimas, su mirada abatida y sus ojos enrojecidos, miraban con asombro tras los cristales humedecidos de los lentes.
Sus pasos retumbaban por las calles desoladas, regresaba, después de muchos años.
Algunos ya no estaban, habían desaparecido, borrados, en silencio, cual si nunca hubiesen existido.
Volvía a su pueblo, nadie lo reconocía, ni se reconocía en los demás, solo la plaza, la escuela, su casa rodeada de añosos eucaliptos, que la resguardaban como antaño. Imaginó a sus padres caminando por el parque tomados de la mano, en un atardecer de provincias, de tardes tendidas en la mansedumbre de los tiempos.
Un viento suave arrullaba las hojas de los árboles, un pájaro trinaba, extendía sus alas, buscaba el cielo. Un hombre viejo de barba blanca y ruinosas manos, tomaba mate sentado en un banquito. Nada lograba perturbarlo, ni la presencia de un extraño, ni lo extraño de su presencia.
Viajó mucho para visitar a su amigo. Ni siquiera sabia si lo iba a encontrar. Prefirió no preguntar. Tal vez el temor al imprevisto. Buscaba a Jorge, el hijo del panadero, su compañero de escuela, compinche de las primeras travesuras.
¿Se reconocerían al encuentro?.
En el bolsillo interno del saco, llevaba consigo una vieja carta de papel amarillento, ajado por los años. Sus ojos se llenaron de lágrimas, aspiró hondamente el perfume que aun emanaba de ella y la acarició entre sus manos temblorosas.
Encontró a Jorge parado donde siempre, apoyado contra el dintel de la puerta del negocio, cumpliendo el consabido ritual monótono de las rutinas puebleras.
Ni siquiera reflejó asombro al verse en los ojos del antiguo amigo. Solo un abrazo, casi de compromiso y la pregunta consabida.
¿Que te trajo por estos pagos?.
Su tono de voz denotaba el sordo resentimiento hacia aquel que se había ido, ya nada los unía mas que la nostalgia por una infancia compartida.
Cumplir con un recado, un ultimo deseo, entregarte esta carta y este sobre, que contiene una foto y un anillo que ahora te pertenece. Nunca dejó de quererte.
Jorge la tomó entre sus manos, la lleno de besos y comenzó a llorar desconsolado.
Desabrochó los botones de su camisa y la guardo contra su pecho, como el mejor tesoro.
Solo atinó a decir gracias, antes de refugiarse en el interior del local, espero volverte a ver, fue lo último en decir.
El hombre retomo por la misma calle, desandando sus propios pasos, había cumplido con su promesa.
A las cinco salía el tren con destino a Buenos Aires.
Andre, laplume.
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