Aquella casa era un velo de esperanzas extendido hacia las lunas, donde blancos muros inaccesibles custodiaban su memoria quieta. Por la noche, el frío milagroso se apoderaba de la humanidad que aún habitaba su vientre, en un estático silencio aferrado al olvido y a los llantos. Luego las nieblas se iban disipando en esos azules envolventes de los cielos. Allí estaba yo, agazapado hacia el encuentro. A veces el aroma de su alma volvía a mí como un itinerante consuelo del ayer. Hasta que bajo el umbral de aquellas manos se gestó lo imaginado...