Simplemente la mirada al fondo más irreprochable de la habitación ajena, los zapatos de cuero envejecido como la única conexión con la realidad llena de polvo; y entonces empieza un suave oleaje de su brazo derecho, con mesura pero con decisión, arrastrando los viejos pensamientos de un calor en decadencia. Había acaso notado su ausencia? tan sublime como la fuerza de su mano izquierda, a punto de partir aquel arma entre sus brazos que le daba a sus oídos una razón más para llorar entre todo este desorden que no volverá a tener su estilo.

Un crescendo no basta para terminar con su agonía ahora esparcida por el suelo de madera, un crescendo más que se queda en la indecisión de un futuro incierto... denso, en aquel cuarto, el viento ya no es presagio de nada más y una oscuridad concebida que lo consume poco a poco termina encegueciendo las fotografías, los cojines y los calcetines abandonados por comodidad... ahora solo queda el oleaje de su brazo derecho, intentando tocar aquel violín desafinado por las lagrimas y que le ha recordado que hoy, una vez más, no la encontrará aquí.