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Inicio / Cuenteros Locales / jefpacheco38 / CHIQUITO MI PRIMER CABALLO

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Chiquito, mi primer caballo.

Nació en el potrero que estaba al lado de casa, lo estábamos esperando y a la mañana lo encontramos tomando la teta de su mamá la yegua negra o la Negrita, como le decíamos cariñosamente.
Chiquito parecía de juguete y apenas nació le pedí a mi hermano que me lo regalara, porque la yegua era de él; su papá era el Gaucho, un caballo mestizo de muy buena alzada, cruza de criollos con pura sangre, tenía un cuerpo estilizado pero corpulento, respondía muy bien a las acciones y era el segundo sillero de don Juan El Caballerizo, quien a su vez tenía su propia yegua alazana.
Cuando Chiquito tenía unos pocos días papá me dejó que jugara con él, así empezó mi cariño por quien sería mi primer caballo.
Con 4 años recién cumplidos no tenía mucho dominio sobre él, pero empecé a darle una maña que lo marcaría para siempre y era darle azúcar refinada en granos, que papá compraba en bolsas de 70 kilos.
Junto con el azúcar lo silbaba y lo llamaba por su nombre, así aprendió a responder a mi silbido y al llamado por su nombre.
Cuando papá salía en la yegua, según al lugar que fuera lo llevaba o lo dejaba en el potrero, si lo dejaba: Chiquito empezaba a relinchar nervioso y Yo iba a hacerle mimos, darle azúcar y jugar con él.
El potrero no era extenso como los del interior de la finca, pero era lo suficientemente grande como para mantener a la Negrita con Chiquito, además papá les daba avena y maíz; el maíz se plantaba en los potreros de la finca y se cosechaba para guardar, como forraje para el invierno; se hacían “trojas” en el corral principal y en el corral al lado de casa.
Cuando llegó el invierno, con noches excesivamente frías -4 a -8 grados centígrados, le pusimos una capa hecha con bolsas de arpilleras dobles, y si veíamos que iba hacer mucho frío los guardábamos en el galpón; Chiquito crecía como un robusto potrillo, con todos los cuidados posibles, además de darle forraje lo desparasitábamos dos veces al año, como al resto de los caballos.
Cuando pasó el primer invierno, llevamos a la yegua negra y a Chiquito a un potrero grande, donde estaban las yeguas, algunas con crías, y los caballos junto con algunas mulas, de esa manera se familiarizaba con el resto de los animales y no lo atacaban cuando era más grande.
Papá se hacía traer la Negrita por El Caballerizo, dejando al potrillo en el potrero con los animales que no trabajaban.Yo
iba a buscarlo y el venía a mi encuentro en cuanto lo llamaba.
Cuando Chiquito tenía como dos años, un día con los chicos de la finca, fuimos hasta el potrero, donde junto a los caballos estaba el toro negro, el toro se enojaba si se le hacía un mugido similar al que hacen los toros, nosotros íbamos todos montados en buenos caballos y llegábamos hasta cerca del toro y lo hacíamos enojar; un día el toro arremetió contra los caballos y escapamos a toda carrera, Chiquito al ver que el toro nos corría salió disparado como una saeta y la emprendió a patadas con el toro, esta acción del potrillo obligó al toro a cambiar de dirección y nosotros pudimos escapar por la puerta del potrero que habíamos dejado abierta.
Al cumplir Chiquito dos años y medio, los gauchos decidieron con papá que había que caparlo, estos gauchos aprovechaban la ocasión para divertirse y aunque no hiciera falta para agarrar a los potrillos que iban a capar, los enlazaban. Chiquito que era súper manso, no soportó que lo enlazaran violentamente, lo pialaran y lo tiraran al suelo, se levantó y como estaba también enlazado del cogote, empezó a tirar y casi se ahorca, afortunadamente Yo me acerqué y lo tranquilicé hablándole.
Cuando lo tenían maniatado y en el suelo, Don Juan El Caballerizo, como lo hacía siempre, lo capó, luego lo curó con ceniza y le puso alrededor fluido Manchester para que no se le arrimaran los moscardones que ponen huevos y salen gusanos.
Mientras duró el periodo de curación, Don Juan se lo llevó a su casa y lo tuvo bajo techo en su corral para protegerlo del sol y la lluvia.
Una vez que se sanó de la capadura, Don Juan empezó los preparativos para amansarlo de andar, y como todo gaucho se aseguró primero que estuviera bien amansado de “abajo”, que levantara sin problemas las patas , que se dejara errar, por último que aceptara la montura y finalmente al jinete.
Antes de subirlo Don Juan lo paseaba con la montura puesta, una pesada montura de bastos, esto lo acostumbró a llevar peso sobre el lomo y cuando lo subió no corcoveo para nada. Junto con el apadrinador, que era su hijo Juancito, lo llevaron por el Callejón del Medio al galope; si bien al principio lo llevaban a la cincha por precaución, no hacía falta, y se podía decir que todas las precauciones fueron inútiles, ya que Chiquito era manso, como si lo hubieran domado con anterioridad.
Debido a que era tan manso Yo le pedí a Don Juan que me lo diera y sin más, me lo llevé y lo empecé a usar. Como todos los chicos lo que mas me gustaba eran andar al galope y a medida que fui adquiriendo confianza en el caballo, empecé a usarlo cada vez más ligero.
Era un caballo manso, lo que no quería decir que fuera blando de boca, y esto debido a que no le dí tiempo a que Don Juan lo tirara bien de la boca.
Cuando quedan mal tirados son duros para siempre y hay que usarlos con frenos especiales para dominarlos.
Una tarde estábamos andando por la finca con Carlitos, él en un caballo tordillo que había sido de papá y era muy buen caballo, y Yo en Chiquito.
Veníamos por el potrero del centro de la finca y decidimos correr una carrera de unos 500 metros, hasta el portón del Callejón del Medio; largamos y veníamos prácticamente a la par sin sacarnos ventajas, Carlitos me dice… ¡frena! … cuando ya llegábamos al portón que estaba cerrado. El frenó pero Yo no pude y llegué con Chiquito que debió frenar solo rayando con las cuatro patas, paró contra el portón y Yo volé por encima, enganchando mi pantalón nuevo de hilo en un alambre de fardo (liso), que sobresalía unos treinta centímetros por arriba del portón.
Mi pantalón se transformó en una pollerita y no me enganché Yo y me convertí en señorita por pura suerte.
No se cómo pero cuando llegué a casa papá ya sabía todo lo que había pasado y me dijo… ¡por no saber usar tu caballo no lo usaras mas!... ¡Y se lo entregó A Don Juan! … de nada sirvió mi protesta, Don Juan andaba todos los días en mi caballo; venía a ordeñar la vaca que estaba en casa todas las mañanas, arreaba las otras vacas y los caballos, se iba los domingos al boliche a tomar vino, y Yo enojado con él, que en realidad no tenía nada de culpa.
Papá no aflojaba con su posición de que no usara el caballo y que lo anduviera Don Juan, para que lo hiciera mas blando de boca y de andar…! lo que le faltó cuando Yo se lo saqué!.
Habían pasado cuatro meses y nada, Don Juan seguía usando el caballo y yo enojado con él.
Por la calle Florida habían colocado un pavimento nuevo, y un día Don Juan dijo…!voy a ver que tal es andar en ómnibus con pavimento!… se fue hasta Rivadavia el pueblo que estaba a 20 kilómetros de la finca, probablemente era una de las pocas veces que subía a un colectivo. Llegó al pueblo y como era domingo lo único abierto era un bar, donde estuvo tomando unas cuantas copas; el trayecto de vuelta lo hizo “encopado” y no se dio cuenta, cuando se fue a bajar, que el ómnibus seguía en movimiento, se tiro mirando para atrás y se golpeo en la nuca muriendo en el acto.
Yo estaba en el parque junto a casa, jugando, cuando alguien me dijo que Donjuán sufrió un accidente al bajar del ómnibus y se había muerto.
Mi reacción de niño enojado, fue alegrarme por lo que le pasó, no lo fui a ver ni tampoco a su entierro; pero cuando fui grande me faltó siempre algo: la dependida al querido Caballerizo
Papá al ver mi reacción, se dio cuenta que se excedió en el castigo y me permitió volver a usar a Chiquito.
A Chiquito lo usé junto con Negro, un caballo hermano por parte de madre, hasta que tuve doce años.
Aprendí a usarlo y a frenarlo, lo cuidé para correr cuadreras, fui al campo y al río, fue un magnifico caballo, crecí con el, pero un día papá y sus hermanos dividieron la finca y se repartieron las partes, quedando papá con una fracción sin potreros, lo que nos obligó a quedarnos solo con los animales necesarios para arar la viña y hacer las tareas agrícolas.
La Negra, el Negro y Chiquito, no tenían más lugar y era muy caro tenerlos a box a los tres; los pusimos en venta y vino un señor de la provincia de San Luis, vecina, que los pagó y se los llevó sin darme tiempo para despedirme; ese día no lloré pero tuve ganas.
Para cruzar a San Luis debían cruzar el río Desaguadero, cruzaron por un vado con muy poca agua, los llevaron a un campo cerca del límite entre Mendoza Y San Luis, pero igual quedaba como a 200 kilómetros en línea recta.
Una madrugada escucho el galope de un caballo que venía por la calle Florida, sigo escuchando y el galope cesa, y no oigo mas nada. A la mañana cuando me levanto voy hasta el parque donde acostumbraba a atar a los caballos, debajo de un frondoso pino, ¿Cuál fue mi sorpresa? … ¡allí estaba Chiquito, sin nada encima!…esperando por mi y su porción de azúcar. Lo tuve una semana y lo disfruté hasta que vinieron un día a buscarlo.
¡Cuando se lo llevaron no tuve coraje de dejarlo ir sin ponerme a llorar!... Esa vez fue para siempre y nunca mas lo volví a ver.

Fumanchu.12 años
1953 Campamentos .Rivadavia. Mendoza

Jorge Eduardo 66 años.
2008. La Plata. Buenos Aires, Argentina

Texto agregado el 04-05-2009, y leído por 505 visitantes. (0 votos)


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