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Grande era la suerte que tenía aquel diablillo, que acababa de salir del Pandemonio Superior con los más altos honores. Había entrado en el infierno como todo impío. Era un alma ignorante que, al tomar gusto por la siembra de discordias y el disfrute del mal ajeno, fue candidato a ser legionario de Satanás, abrazando de este modo la carrera del guerrero contra Dios.



Su paso por el purgatorio no hizo sino acrecentar cada uno de los siete pecados mayores dentro de él. No había ya en su ser bondad alguna... Bueno tal vez sólo era el humor que le causaba el sufrimiento provocado por los verdugos a los simples mortales; sobre todo los primerizos, aquellos que morían por primera vez y recorrían reviviendo virtualmente, en el purgatorio, una y otra vez sus recuerdos del paso por la vida, olvidando solamente que ya habían muerto.



Era para él un placer enorme ver a algunos tratar de gritar con los ojos mientras eran decapitados, sus gargantas atravesadas por una estaca. Pero esos pobres diablos sufrían más por los sueños ocurridos en su mente que por la realidad presente ante su vista, para el demonio eso era hilarante hasta las lágrimas.

El primer paso que dio fue convertirse en verdugo del infierno. Teniéndolos ya en sus garras no dejaba alma entera alguna.

A algunas almas eran despellejadas como papas cocidas, a otros se les hervía hasta el punto de ablandar sus huesos y derramar su tuétano. A otros les ponía "zancadillas" y les causaba "accidentes". Con gran maestría comenzó su primer reclutamiento en la tierra, haciendo firmar a sus víctimas los ya muy famosos contratos firmados con "Tinta Sangre".



A cambio recibían y disfrutaban fugazmente algunos de los tres placeres mayores, los tres eternos aliados del pecado: dinero, sexo o poder; siendo el último el más deseado hasta por el más reticente al Demonio y sus tentaciones, pues todo ser humano desea al menos PODER respirar.

- Estamos para servirle: Caballero, Dama, Joven, Señorita; ¡Si, usted! - Abordaba así a los peatones de la avenida principal de cada ciudad. Podía trabajar en cualquiera de las ciudades humanas, en cualquier época y en varias personas simultáneamente.

- No deseo nada, ¡y menos de manos de un demonio! - le dijo la ingenua Pamela al escuchar la explicación del apuesto joven que la había abordado.

- Te engañas a ti misma. Se de tu deseo por ese hombre. Únicamente firmando esto obtendrás sus favores...

-No vale tanto. Hay muchos mejores que él... - decía Pamela mientras se retiraba con un aire de autosuficiencia.

-... Pero ninguno de ellos tocará tu vida como él.

- ¡Déjeme en paz, o llamo a un oficial!

-No lo puedo hacer, es inevitable. Mi alimento de hoy depende de ti. Soy como la fiera que ha mordido y probado la sangre de su víctima... Sé que por tu cabeza pasan muchas cosas. La vanidad y la soberbia asoman, ese es mi primer bocado. Te excita el ser vista con un galán como en el que hoy he encarnado, tu lujuria Y vanidad me has regalado. Incluso en el caso de que consideres creer que verdaderamente soy un demonio te envanecerá, la soberba de decir "Pude rechazar al demonio" es deliciosa.

- ... E... Eso lo puede adivinar cualquiera -Dijo Pamela muy nerviosa, cada idea que pasaba por su cabeza era expuesta por ese hombre.

- Pamela... conozco tu secreto, tu mayor pecado.

Con sorpresa y susto, Pamela titubeó en su intento de huida. Pensó en la posibilidad de estar tratando con un maniático, pero al seguir escuchando se dio cuenta de que en verdad era lo que decía ser.

- ¿Cómo sabes mi nombre, qué es lo que quieres?

-Ya te lo he dicho. Eres parte del menú. Sé el motivo de tu obsesión por Abel. Sé que lo usaste siendo cinco años mayor que él, que fue el primer hombre y el único que has deseado. Que a tus quince años dejaste la virginidad.

-No... No... ¿Cómo sabes...? ¡Aléjate de mí!

- Ya es tarde, te ofrecí una opción de morir después de vivir aparentemente una vida plácida y con todos tus caprichos cumplidos. Ahora deberás enfrentarte a tu Ángel. Odio hacerlo porque pierdo un buen banquete, pero me eres indigesta de esa forma. Cuando tocan fondo me intoxican, suplican perdón y se arrepienten. Eso me enferma. No he decidido convertirme en ángel porque me parecen seres despreciables. Pronto sabrás de lo que hablo.

El demonio se marchó cuando el cielo despejaba un poco al atardecer. El frió del invierno le hacía temblar menos que la idea de que un ángel fuese más terrible que un demonio.

- No, eso no acaba de pasar... es imposible. Nadie sabe eso, solo yo y Abel, y tal vez el tampoco se acuerde. ¡Es una coincidencia!

Pamela se dio la vuelta y terminó olvidando el suceso. Pero pronto iba a arrepentirse de haberlo hecho.

Texto agregado el 04-05-2009, y leído por 120 visitantes. (0 votos)


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