Allí estaba, sentado frente a ti, cuando sonreíste. Y el tiempo se detuvo, un instante, en esa magia. Luego, lentamente, comenzó a retroceder. Y me vi esa mañana, llegando a la casa grande donde estaba la princesa, alegre de verla, ansioso de rozar su piel con la mía en un beso intrascendente. Y de regalarle un chocolate, disfrutando de su compañía. Y retrocediendo cada vez mas rápido, empecé a sentirme mas triste, y mas todavía hasta que llegué al día en que supe que ella tenía un príncipe que la acompañaba. Y que no me quería. De allí hacia atrás el tiempo aceleraba su retroceso. Yo disfrutaba de ella, y la amaba sin poseerla. Sin tocarla. Y otra vez el tiempo me llevó retrocediendo, y me sentía cada vez mas preocupado, la miraba con cariño, sin tocarla, soñando abrazarla, protegerla, cuidarla, hasta llegar al día en que se enfermó y pude ayudarla y cuidarla, y hacerla mía en mis sueños.
Y todo siguió retrocediendo. Me parecía quererla cada vez menos. La intensidad del amor disminuía, pero las sensaciones de confusión crecían. Sentía remordimientos, me sentía infiel, sufría porque sentía que ella sufría. Y creí que ella me quería, y sufría por no poder complacerla. Y de pronto, mas atrás, llegó un día en que le tomé la mano, y sorprendido, temeroso del dolor que vendría, la dejé. Y el tiempo, entonces, se detuvo un instante otra vez, y arrancó, ahora hacia el futuro. Pero ahora no había dejado su mano, y la apretaba tierna.
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