La ráfaga resonó en toda la cuadra y dos manzanas a la redonda,las sirenas sonaban más debilmente, quiza se sintieron intimidadas por la fuerza del ataque.
Saltó hacia atrás, en parte por el miedo, en parte por las heridas, por la fuerza contenida en la ira recibida, y cayó, dejando ir un último suspiro.
Un aullido poderoso e instintivo quebró el silencio repentino, sabía exactamente cuantas caras le observaban, cuantas guardarían silencio, recogió la billetera del sujeto, tomó el dinero y tiró el resto, que importa que nombre tiene. Se echó el arma al hombro y se subió al auto.
Amanecía, y las noticias, Guillermo Sotelo, sin trabajo, se suicidó por depresión, de siete balazos en la espalda.
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