Alina se encontraba junto al mar, ese mar profundo y lleno de misterios no revelados.
Misterios que Alina desconocía, misterios que Alina contemplaba con grandeza, con amor, con temor a lo desconocido, a lo no buscado y por lo tanto no encontrado.
Como todo en su vida era de esa manera, aquel pensamiento no la preocupo, pero si la hizo pensar... pensar por qué su vida era de esa manera y no de otra, por qué sufría constantemente y a veces sin saber el motivo.
Ese día sentada en la fría arena, esa fiel compañera del mar, se preguntó si estaría haciendo bien las cosas, si
estaría resolviendo de manera correcta sus problemas cotidianos, si estaba recorriendo el camino correcto, el camino que Dios había escrito para ella.
Eran preguntas que constantemente aparecían en su mente, no solo junto a aquel mar, últimamente aparecían en cada instante de su vida.
Pero aquel día junto al frío mar, no concluyó con las repetidas preguntas de siempre...

A lo lejos una luz tenue vislumbró Alina, una luz que parecía agrandarse con solo apreciar su belleza.
Era la luz de su pensamiento, que por un instante fue positivo, por un instante no hizo preguntas repetidas, aburridas y sin sentido, esta vez era diferente.
Alina se sintió embriagada de tanta belleza, de tanta paz, de tanto amor que colmo su corazón, su alma confusa.
Sintió por un instante que estaba viva, que su vida tenía sentido, que había muchas cosas nuevas por descubrir aún.
Por primera vez supo con certeza, que la vida no tiene un por qué, si no un para qué.
Un para qué, que hay que buscarlo, un para qué, que hay que animarse a encontrar.
Aquel día junto al frío mar, su vida cambio, su vida tuvo un nuevo sentido,
Que comenzó tan solo,
Con un pensamiento positivo...