Las palabras se congelan, huyen de mi, las ideas se entremezclan, revolotean, se pierden para siempre en mi cabeza. Una lámpara casi fundida regala sus últimas horas de luz y las derrama sobre esta hoja en blanco, virgen, expectante y abierta, a la espera de mis inútiles caricias.
Sentada sobre mis piernas duerme mi musa, la musa de la tristeza, que debiera ser la musa de la belleza o la alegría, cosas que quizás sentarían mejor a su pálida piel de papel, pero yo me complazco en llamarla así; ella es la musa de mi tristeza, mi amiga, mi amante, mi eterna compañera. Sus grandes ojos y su larga cabellera me han acompañado desde que puedo recordarlo, a veces se marcha, pero regresa, a veces duerme, pero siempre despierta, la verdad, desearía que me ayudara un poco ahora…
-despierta- le digo cariñosamente, con un aire romántico y dulzón
-despierta- le digo un poco más fuerte
-¡despierta! musa, amada, amiga mía, ya no se que mas escribir, ¡DESPIERTA!- |