DEL ODRE


La lluvia distorsionaba el campo de visión del panorámico y hacía que el agarre de las llantas fuera la ilusión de un mundo impenetrable. Su pie izquierdo empujaba el embriague hasta el fondo, y el derecho pisaba el freno con desespero y angustia. Una luz muy fuerte cubría su cuerpo. Sin embargo, no podía verla pues sus ojos estaban cerrados… en otro mundo…

Estaba presenciando el día de su nacimiento, el de su bautizo; el día en que creyó estar enamorado por primera y única vez, y también el día en que ebrio, sentado en un andén, pensó en quitarse la vida. Presenció los días de su vida, todos, uno a uno. Entró al universo de sus virtualidades: todo aquello que pudo haber hecho y que no hizo, y todas esas cosas que potencialmente habría podido hacer de no haber sido por ese oscuro segundo.

Sintió una voz que le hablaba con dulzura. Era el subconsciente que lo llamaba mientras disolvía hormonas y sustancias para adormecer su cuerpo. Un túnel.

Sus ojos no se abrieron de nuevo. El agudo gemido de las llantas sobre el agua y el asfalto, el vidrio crujiente que gritaba, y el metal que se retorcía al ritmo que imponía la inercia contrarrestada en la colisión, fueron su única conexión con el mundo. Sus oídos terminaron de contarle el relato de su vida.

Las latas violentaron su cuerpo y lo deformaron. Sus órganos quedaron destrozados y su rostro, irreconocible. El vehículo en el que viajaba se había detenido…



©2005 David Escandón V.