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Y entonces cayó pesadamente el sacudón bioeléctrico
No se deslizó, no corrió, no fluyó, ni siquiera se sometió a los vaivenes casi burocráticos de las sinapsis, comerciando neurotransmisores e impulsos.
Desde la sima cayó, a plomo.
Una de las patas sintió la caída. Estalló.
Pero los ojos no cambiaron, no se inmutaron…seguían clavados en la nada, hechos vidrio.
El segundo sacudón, quiera por azar o por alguna ley ignorada estalló en la otra pata.
A esto ocurrió un tercero, un cuarto y un quinto. Cada vez que ocurría era una pata distinta la que estallaba y regresaba a su quietud, se alternaban. Fueron decenas, cientos de sacudidas, miles de caídas sin piedad, a plomo, miles de estallidos. Don Volta estaba fascinado, su viejo y querido pollo muerto volvía a bailar.
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Texto agregado el 30-04-2009, y leído por 241
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