FUTURO ENTOMÓLOGO
Luego de discutir con Matías, su hijo, se fue a dormir con el corazón apretado.
***
Esa mañana despertó lentamente al sentir sobre su rostro la tibieza del sol que entraba por la ventana. Se movió con pereza, abrió de a poco sus ojos color miel, que se hacían más claros con la luz del día. Sorprendida, se encontró sobre su cama convertida en una grácil mariposa.
Se desperezó, como era su costumbre, y extendió al máximo sus brazos, quedó maravillada al comprobar que se desplegaban a sus lados convertidos en amplias y livianísimas alas de brillante colorido y simétrico diseño. La imagen la cautivó: pensó que en día de absoluta inspiración, el más reconocido de los artistas de todos los tiempos la había creado. Volcó sobre la delicada textura de sus alas su inquieta paleta de múltiples y vivaces tonalidades, dibujando figuras que, comprobó, cambiaban de forma con el movimiento.
Se veía hermosa, reluciente, extremadamente atractiva, y eso la hacía sentirse muy bien, como hacía tanto tiempo no se sentía; a la vez, notó que era frágil. Muy frágil.
Reflexionando sobre su nueva condición de insecto alado, la sobrecogió el hecho de que su vida, en ese cuerpo, probablemente fuera demasiado corta, como es el designio natural de todos sus congéneres.
Lentamente inclinó su cabeza hacia la mesa de luz, miró el reloj despertador con sus nuevos ojos compuestos, y al percibir la velocidad con que corría la aguja del segundero reaccionó Se dio cuenta de que a partir de ese instante el tiempo la apremiaba.
Volvió su mirada hacia la ventana, que estaba abierta porque la noche había sido calurosa; el sol parecía llamarla. Batió suavemente sus alas, como la bailarina bate sus brazos al danzar con la intención de tomar impulso. Notó que su liviano cuerpo, desafiando a la gravedad, se elevó suavemente.
Al llegar al umbral, miró hacia afuera e inspiró profundo. El perfume de los jazmines proveniente del jardín la llenó de placer, lo consideró el mejor de los saludos matinales en mucho tiempo; entonces se lanzó presurosa, sin temor, a reconocer todo lo que la rodeaba desde otro lugar, el aire.
Revoloteó feliz entre las plantas y árboles mientras la brisa de la mañana la acompañaba en su paseo. Como desayuno, libó el néctar de las alegrías y enseguida retomó su aventura aérea. Se sentía extremadamente libre y reconfortada. De vez en cuando apoyaba sus delicadísimas patas en algunas de las diferentes estructuras que se cruzaban en su camino: la cerca, la mesa de jardín, el tronco del limonero, con el propósito de recobrar energías para poder seguir danzando sobre el jardín.
Voló, voló, hasta que finalmente sus fatigadas alas le pidieron un descanso. Entonces, miró a su alrededor y eligió posarse sobre una coqueta margarita repleta de blancos pétalos que se erguía esbelta entre sus compañeras. Frotó sus patas anteriores como quien se sacude el polvo de las manos, acomodó sus inquietas antenas que no dejaban de moverse, juntó sus alas como manos en oración sobre su cuerpo y reposó.
De pronto, una sombra la cubrió y sintió que algo o alguien le impedía moverse.
"Me debo haber enredado en una telaraña", reflexionó.
Miró de soslayo y para su sorpresa, sus ojos se enfrentaron a los escudriñadores ojos negros de Matías.
Una puñalada por la espalda la atravesó y lágrimas cristalinas se deslizaron como gotas de rocío sobre el pétalo que la sostenía. Debilitada se dejó llevar como trofeo en la punta del alfiler y pensó: "Desde chiquito le gustaron los insectos…siempre dijo que cuando sea grande va a ser entomólogo".
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