Rodeado de papelitos rotos y de pequeños rastros de comida y droga, el director de la escuela primaria num.1 se despertó bruscamente, nadando en un intenso dolor de cabeza y con severos espasmos musculares en la zona abdominal. Perezosamente fue abriendo sus ojos, masajeándolos fuertemente con ambas manos. Merodeando en el limbo entre lo consciente y lo inconsciente, tardó unos cuantos minutos en darse cuenta de que se encontraba desparramado en el sillón color verde vómito (qué irónico, pensó) de su pequeña oficina, con su cerebro siendo desgarrado por los penetrantes rayos de sol que atravesaban sin clemencia una persiana desgastada. De pronto, interrumpiendo repentinamente su agonía, una campana chirriante retumbó fuertemente en sus tímpanos, acicateándolo a ponerse de pie y a encender su cerebro en modo demencia. Casi cayéndose, caminó hacia el baño y se vio en el espejo; sus ojos eran de un rojo tomate, sus labios estaban manchados de sangre y en el pómulo izquierdo tenía la negra marca de un puñetazo. Varias veces se echó agua en la cara tratando de despabilar y con cuidado se examinó su boca contando los dientes y limpiando sus encías sangrantes. Luego de casi media hora, salió de su oficina y comenzó su paseo rutinario por los salones de clase. Sus movimientos eran puramente instintivos, producto de una monotonía extendida por varios años; sin embargo, gracias a esta tranquila repetición involuntaria, su memoria había despertado y poco a poco empezaba a reproducir imágenes de todo tipo de hierbas, polvos, ácidos y cristales mezclados con bebidas sabor azul o amarillo. Horrorizado por lo que recordaba, mas no lo suficientemente asustado como para salirse de su rutina infernal, golpeó con sus dedos suavemente la puerta de un salón cualquiera y, sin esperar respuesta, entró.
Azotó la puerta contra la pared, llamando la atención de veinte niños y una maestra gorda que lo voltearon a ver sorprendidos y asustados. El director igualmente los volteó a ver y confundido se preguntó ¿Quiénes son estos niños, estas personas, estas caras que se asemejan más a pequeñitos globos pintarrajeados con maquillaje barato?.
Mareado comenzó a deambular entre las pequeñas butacas sin decir palabra. ¿Quiénes son estos roedores satánicos que me miran con sus ojos de serpiente, que con su magia revuelven el suelo y lo disuelven al recuerdo de una noche sadomasoquista? se preguntaba al tiempo que descargaba oralmente gran parte de sus dolores estomacales en la cabeza de una de las conejitas más pequeñas. ¿Quiénes son estas pequeñas ninfas hermosas que me saludan con sus ojos de melón y piernas de cordero?, se preguntaba el director metiendo su mano derecha en su pantalón, refrescando sus genitales.
Continuó su andar irregular entre los chillidos agónicos de las ardillitas hasta que súbitamente se le apareció delante de él la figura de una gigante manatí hembra, vestida con una falda roja, gimiendo y gritando nomenclaturas ofensivas acompañadas de un asqueroso rocío de saliva. Aguantó varios segundos de gritos y de insultos, hasta que, terriblemente fastidiado de la bolsa de alaridos, la empujó lejos de él, recogió de su butaca a un lindo castorcito y se lo aventó con fiereza a la cara, azotándolos violentamente contra el pizarrón.
¿Quién pintó ese lienzo azulísimo y resplandeciente que opaca la histeria del mundo? se preguntó, parado sobre el marco de una de las ventanas, ajeno al llanto detrás de él. I looked up at heaven, and what did I see, A band of angels coming after me recordó sin miedo el director, sonriéndole al cielo. Regresó su mirada a los niños que lloraban de miedo e instantes después relajó todos sus músculos y pesadamente se fue de frente, cayendo desperdigado sobre el cemento caliente de la cancha de fútbol. 
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