Hoy, de nuevo, he estado pensando, cada vez se convierte en una costumbre peor. Pasaba por el patio central del Campus, estaba sentado en un banco del patio tomándome un café, escuchando música, sonaba "november rain". Hace un año, tan solo un año, habría estado tomando café con La Joven Cuentera dejado caer en la puerta y fumándome un cigarro. O quizás estaría con el Hombre Mayor con Cara de Funcionario buscando mil escusas para no subir a la biblioteca, "voy a beber agua, macho" me habría dicho y antes de entrar por la puerta otro "último cigarro" y vuelta al patio.
Ahora las enormes columnas se han convertido en delgados y toscos pilares blancos, el patio ajedrezado, que parecía inhibirte en una partida eterna, se ha transformado en una especie de patio de cárcel donde las altas y agujereadas rejas parecen terminar en una torre de vigilancia y... no eres nadie. No, no eres nadie, no eres nadie de otra forma distinta a como no eras nadie hace un año; hace un año no era nadie en comparación con tanto, ahora no eres nadie en comparación con tanta simpleza, simpleza desde el punto de vista formal, desde el punto de vista del mal gusto.
Los relieves de las puertas han degenerado en paramentos de pladur, los portones de madera en frio cristal, el polvo de la historia de las paredes, en cables, las colillas de tabaco “aliñao” en tabaco a secas y la gente del césped ha desaparecido. La biblioteca parece haberse mal reinventado de vino de crianza al tinto de tetrabrik, las estanterías no son la sombra de lo que eran y en los libros no sé muy bien lo que dice, así estudia cualquiera.
Las musas, que me abandonaron hace tiempo, y que tan solo me dejaron una hipoteca llena de páginas en blanco, se han declarado de baja por incompatibilidad de horarios y han sido sustituidas por el eterno interino; el Duende que recorre las calles desde la “Porvera” hasta el Pago San José. El canastero leedor de manos y proxeneta de romero, por los artistas de guitarras viudas que hacen la calle vendiendo su alma poeta por un vaso de fino. Y, por supuesto, el olor a azahar de la tierra de la idolatría se ha metamorfoseado por el aroma de las bodegas de calles bañadas en fina melancolía... que cosas...
Pero bueno, ¿que quieren que les diga? que quizás, hasta La joven Cuentera, ya no sea tan joven como éramos y el Señor Mayor con Cara de Funcionario tenga aún más cara de funcionario, o incluso puede que a los dos les quede poco para serlo, ¿quién sabe?
Y mirándolo desde ese punto de vista, quizás, yo también haya crecido un poco, aunque solo sea un poco... bueno... ¿yo? no, yo no, o eso espero.
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