Curiosa es la vida y vertiginosa su estadía. Pasan los días de nuestras vidas y detrás de ellas se iluminan nuestras cabezas, invadidas por un fruto que nos hace recorrer parajes ocultos y misteriosos. A veces, nos encantamos con ese fruto y olvidamos otros sabores, olvidamos la simplicidad y lo bello que algún día podría revelarnos.
Si miramos el mar y las olas y buscamos en ellas su gema escondida, veremos realmente lo que hay dentro de Él. Mirarlo no es fácil y estamos equivocados si pensamos que sólo es un acompañante o una fuente de alimento y diversión. Sus monumentos ondulados son incrustaciones de diversidad, talentos, errores, ideas y pensamientos. El avance de las olas que oculta la arena, consume aquellos tiempos ínfimos y pequeños como esa arena que se desliza por nuestro cuerpo bajo el Sol radiante, lejano y poderoso. Raras son las aguas de estos mares profundos, algunos inquietos y otros feroces. ¿No nos parecemos a él acaso? Sentarse frente a él, contemplándolo bajo la tempestad o entre medio de la frescura primaveral nos hace reflexionar sobre nosotros mismos. Detiene el presente, para poder estudiar el pretérito y miramos a lo lejos, hacia el Oeste en busca de nuevas aventuras. Las luces del Sol atraviesan sus aguas, muchas tenebrosas en busca de luz y nuevas esperanzas. Es así como avanzamos, atados aunque, sin saber, olvidemos a este océano. Mas, no olvidemos nunca que el mar no puede realizar, la majestuosa acción de volar y que sobre nosotros existe un cielo que debemos intentar conquistar.
Símbolo de reflexión y sabiduría el mar somos nosotros mismos, ofuscados seres, que no sabemos apreciar su reflejo.
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