A las Mujeres las miro, de abajo… hacia arriba.
Yo a las mujeres siempre las he mirado de abajo hacia arriba. Ellas, por el contrario, siempre me han mirado de arriba hacia abajo. Tal vez es por mi tamaño. La verdad no lo sé. Lo interesante del asunto es que, independientemente de mi estatura, no puedo desestimar la ventaja que eso ha traído, al menos para mi, con todo el deleite que ello representa.
Si a una mujer se le encuentra de frente, lo primero que salta a la vista, y que el más común de los mortales miraría, sería sin duda alguna: su cara. Consecuentemente, el resto vendría después… en dirección hacia abajo. Si por el contrario, se le mira de espaldas… bueno, la cosa cambia, pero en dirección opuesta. Lo primero que llama la atención sería lo más prominente que tiene, en cuanto a protuberancias se refiere, y de ahí… hacia arriba. Pocas veces nos detenemos a mirar un poco más hacia abajo; pues eso ya se puede imaginar. Ahora, si se les mira de perfil, bueno… la vista resulta agradable por partida doble. En otras palabras, las curvilíneas protuberancias, anteriores y posteriores resaltan, por demás… incitantes; invitan a la apreciación casi completa. Y digo casi completa por que, a pesar de ser agradable lo que está a la vista, invita a ir por más; por aquello que está oculto detrás de esas ropas… siempre en dirección hacia arriba. En resumen, me encanta su figura en todo su esplendor, pero lo que más me gusta admirar en el cuerpo de una mujer es, sin lugar a dudas: las pantorrillas. Para mí, en todo caso, es el indicativo perfecto de que todo lo demás está perfectamente bien… hacia arriba. Por lo tanto, eso me permite desviar mi atención a otras cosas, no menos importantes… como su belleza interior. Aunque eso merece un capítulo aparte.
Desde que era niño, pues me crié entre puras mujeres, aprendí este método de visualización recreativa recostado en el suelo o sobre una frazada. Me encantaba ver en mis tías, hermanas mayores y vecinas, sin morbo alguno pero con deleite exquisito, ese largo proceso de su transformación: cuando se arreglaban para salir a la calle. Desde el momento en que surgían del baño cubiertas con una toalla, hasta que se daban el toque final con el perfume de su predilección. Siempre he disfrutado el rico aroma del champú en su pelo húmedo, aunque en ocasiones fuera sólo un simple jabón de olor, pero… me fascina. Así es que, todo lo que veía a esas alturas, siempre fueron pies y pantorrillas.
Algunos años después, y con la experiencia que me ha dado la vida, todo ese ritual lo he disfrutado a plenitud cada vez que estoy con mi novia. Es muy divertido, y a la vez excitante, observar todo ese proceso con detenimiento; empezando siempre desde abajo y de ahí, poco a poco… hacia arriba.
Es un grato regalo a los ojos ver deslizar una toalla húmeda por el suelo y dejar al descubierto una piel limpia, fresca y lozana; observo la paciencia con la que se arregla los pies. Las uñas recortadas lentamente adquieren su atractivo al aplicarles un esmalte de color vivo, brillante, encendido. Veo cómo con sus manos esparce las cremas y humectantes recorriendo, con detenimiento, sus pantorrillas depiladas, tersas y firmes. De manera gradual, continúa el recorrido y se detiene por unos instantes en las rodillas. Otras cuantas gotas de crema, y las frota. Un poco más adelante se detiene para admirar sus bien torneadas piernas, duras, firmes. Las estira y les da una media vuelta, hacia un lado y hacia otro, para observarlas, así alargadas, que son bastante llamativas. La crema humectante ahora le permite deslizar las manos sobre su vientre; y se entretiene haciendo movimientos circulares, de manera muy graciosa, alrededor de su lindo e incitante ombliguito… sexy el agujerito ¿eh?
Sus manos diestras continúan el interesante recorrido y, moviéndolas en forma circular en los costados, se posan sobre sus caderas amplias, consistentes. Al elevar un poco los codos hacia atrás, quedan en forma angular; las palmas de las manos luego se deslizan hacia abajo humectando la protuberante curvatura de su… ¡uf! Lo adivinaron, de ese hermoso trasero que ella tiene y que me encanta. Pero de ese, junto con su espalda, obviamente me encargo siempre de humectarlo yo, un poco más tarde.
El viaje cremoso e hidratante continúa hacia arriba… hacia los senos voluptuosos, turgentes y generosos. Con delicadeza singular los acaricia, juega con sus penzoncitos y los recorre con una mirada pícara. Después toma los senos entre sus manos. Los observa, los compara el uno con el otro y prueba su resistencia a la gravedad, sonriendo satisfactoriamente; mientras yo, extasiado y en silencio, comparto dicha satisfacción, por supuesto.
Los brazos representan la siguiente parada en este tour escénico y estimulante; los alarga, los voltea, los flexiona y observa minuciosamente los pliegues de los codos. Otras gotas más de crema y los pliegues se desvanecen continuando hacia los hombros. ¡Qué tersura! Los hombros desnudos y tersos de ella, son un poderoso estimulante para mí cuando los acaricio, sobre todo con el mentón, después de afeitarme. Al acariciarlos me encienden, me provocan e incitan… ¡uff! ¡Qué calor! Pero, prosigamos. Enseguida, se aplica un poco más de crema en el cuello, la nuca y detrás de las orejas, dejando un aroma agradable y una sensación de frescura en su piel.
Después de la hidratación y humectación de su cuerpo, saca su pequeño estuche con los utensilios necesarios para la siguiente etapa de ese ritual de la transformación y los deja por un lado para utilizarlos más tarde. Por lo pronto busca, entre los cajones de la cómoda, su ropa interior para comenzar a vestirse; lo cual es también un rito agradable a la vista, pues lo hace de forma metódica, meticulosa y sensual. Las primeras prendas en ser encontradas son la tanguita y las medias, por lo que procede a colocárselas, y un vez más se repite la cadenciosa rutina… de abajo, hacia arriba. Una prenda tras otra, en agradable sucesión, hasta quedar preciosamente vestida. Y yo, curioso, vuelvo a disfrutar el proceso, observándolo todo con detenimiento.
La botellita de perfume hace la aparición final y ella lo huele, lo disfruta, aspira su aroma. Posteriormente coloca un poco en las muñecas, detrás de las orejas y, lentamente desliza sus dedos impregnados por el pecho hasta los senos. ¡Oops! Misteriosamente la mano bajó un poco más, por debajo de la cintura, y me parece ver que también se impregnó un poco por en medio de... sus piernas. Mmm… ¡Interesante!
Una vez terminado todo ese largo y placentero proceso, paso entonces a tomar una parte más activa en el ritual. Me levanto, la abrazo, la beso y aspiro su perfume mientras la acaricio lentamente. Le susurro suavecito al oído esas palabras que le encanta oír. Ahora me corresponde a mí desnudarla a ella; pero con la misma calma, sin prisa. Sólo que eso lo hago completamente a la inversa… de arriba, hacia abajo.
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