El maratón
Joel González despertó contento esa mañana. Se levantó renovado y lleno de bríos. Por primera vez en sus treinta años de edad, su interés por satisfacer las necesidades de los demás, y también las propias, parecía encontrar finalmente un propósito con fines caritativos que podría dejarlo complacido hasta la saciedad. Joel se había ganado un lugar de respeto en su comunidad como voluntario en diversas diligencias y todos se sentían orgullosos de él. Había participado con varios organismos, no lucrativos, en muchas de sus actividades, pero ninguno de ellos le proporcionaba la satisfacción que tanto buscaba y que, hasta entonces, no había podido encontrar.
Esta vez, en su madurez, por fin le encontraba un poco de seriedad a los juegos inocentes que practicaba con sus compañeritos cuando era niño. Hasta ahora lograba dilucidar el verdadero cauce por el cual podría canalizar toda esa fuerza que derrochó, desde su pubertad, hasta la edad adulta, en pos de procurar la dicha y bienestar ajenos. Todas esas horas enteras que pasó en inútiles despilfarros de energía, aunque le procuraban cierto goce individualista, sólo acrecentaban el sentimiento de culpa que sentía después de secarse el sudor por el esfuerzo realizado, sin que éste tuviese sentido práctico alguno.
Después de informarse, y meditando concienzudamente con su guía espiritual y consejero el propósito de tal competición, concluyó que sería de lo más divertido que podría tener relación con la filantropía. Su confesor se sentía orgulloso de poder, finalmente, ayudarlo a poner a prueba esa gloriosa parte de la naturaleza del ser humano que le procura el gozo de demostrar el amor propio, siempre en beneficio de los demás. Joel sabe que no lo hace sólo para satisfacer su ego, sino también para apoyar una causa noble. Sus amigos y parientes, como siempre, serán quienes le ayuden en la colecta de fondos.
Ahora, después de aceptar gustoso la invitación de participar en un evento de tal envergadura, y a la altura de cualquier sociedad abierta y moderna, se sentía completo participando en lo que vendría a ser un esfuerzo maratónico. Ya era tiempo de enfrentar el reto de vivir en una cultura tan anticuada y negativa a ese tipo de eventos extenuantes. Lo importante era, pensaba él, lograr conciliar las necesidades humanas propias y las ajenas, sin sentirse tan abrumado por el sentimiento de culpa. Después de todo, Joel estima que a nadie le importaría saber que se trata de un masturbatón.
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