Amanece, el amarillo de los soles trepa las cumbres de mis ojos para despertar en ti. Nada ni nadie se interpone entre los dos. Como un ave gigantesca de alas silenciosas me abrazas hasta que eléctricos movimientos recorren la eternidad de mis entrañas. Desemboco ante tus labios, para morir y renacer una y mil veces... Entonces nos hundimos en un amar de bocas y de lenguas, mientras el mundo lentamente enmudece a nuestra espalda...