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Por William Renán-Rodríguez
Para Yineth, por supuesto
Para jugar fútbol sólo se necesita disposición y una pelota. Cualquier calle hace de campo de fútbol y los transeúntes fungen de eventuales árbitros, o por lo menos de comentaristas avezados, y malintencionados. Sólo las señoras y las chicas presurosas no contemplan con interés nuestro talento callejero. Hay muchos estilos de juego: el que jala la pelota con la punta del pie y la pasa al otro con igual solvencia, y hace enganches permanentes hacia fuera o hacia dentro, acompañados con el cuerpo completo, escurriéndose con la espalda en diagonal y parando o moviéndose intermitentemente, en ese interminable ritmo que busca convencer al otro sobre cuál será tu posición en el siguiente segundo. Estos siempre son pequeñitos, y tienen una gracia y finura para andar que le transmiten a la pelota, a la que tratan como si fuera una nena, pues no necesitan patearla fuerte para hacer los goles más hermosos, como lo es una verdadera obra de arte (el fútbol del mundo se ha perdido de contemplarlas porque no nos filman en los juegos de barrio). Hay otros jugadores que no son garbosos, y tienen las piernas largas. Ellos tocan el balón con sus zancos y desplazan a los rivales con la fuerza de sus manos y la largueza de sus remos. El fútbol no se ve bonito cuando ellos juegan, y por eso no me gusta mirarlos, pero en este pueblo grande muchos somos así: flacos, altos y desgarbados. Debe ser por esa razón que da Juan Luis Guerra: un meneaito que heredamos de alguna tribu de Nigeria.
Algunos jugadores son puro resuello, yo creo que deben tener un pulmón de repuesto. Corren sudorosos y con mucho aspaviento respiratorio tras la pelota como buscando capturarla, no mimarla, y le propinan un patadón feroz al arco cada vez que creen tener la oportunidad, que casi siempre es fallida. Yo soy de estos últimos optimistas irredentos. Los de mi estilo sabemos en el fondo que no tenemos talento para el juego, pero suplimos con muchas ganas lo que nos negó quien sabe quién, aunque me imagino que debe ser por mi papá, de quien creo que no jugó cuando era niño. Juego desde chico, pero siempre era muy torpe, y no me quedaba otra que ver jugar, o dedicarme a otra cosa. Luego descubrí que a veces con hacer de buen obstáculo podía tener un papel apreciable en el juego, y más si lo acompañaba de mucha fuerza y ardor en la disputa de cada pelota. Hay otros jugadores que compensan la pérdida de lo que nunca tuvieron con un carácter de sargento: mandan, ordenan, exigen y sancionan. Son insoportables, y no los tolero, a menos que sean los dueños de la pelota. Hay otros que nunca aprenderán a jugar, pero siguen metiéndose en las alineaciones de ñapa, aunque siempre les digan que no saben jugar. Cuando hacen un gol, los demás les refriegan a los entristecidos arqueros que el gol se los hizo un paquete, y eso descorazona aún más al recién vencido. Por eso no soy arquero, y porque llevo en mi nalga izquierda una medalla al heroísmo, cuando el ciego Carrillo (que era mi Director Técnico) me dijo que entrara al campo de juego, y volé de palo a palo en la primera jugada. En ese momento el arenal me enseñó en la carne, que el aire es blando pero la tierra siempre me escocería al final de mi alado desplazamiento, y acabó la más brevísima carrera de arquero en el fútbol mundial. El único que no vio mi cara de dolor fue mi DT (era ciego, ya lo dije). Ahora le digo a un niño menor que yo que soy un jugador ofensivo y defensivo, con lateralización, pleno futbolamiento y demás barbarismos idiomáticos que me hacen parecer comentarista de televisión, pero no es más que lo que oigo de la radio, que antes hasta llamaba a los jugadores con apelativos ingeniosos, como cuando un narrador de un pueblo cercano, le decía a un negrito “jugador de color uva”. Por eso ante la pérdida de la creatividad y la alegría, lo que puedo decirle a esos señores es que lo único que vale en el fútbol es que el gol sea tan bonito, que hasta al arquero le dé gusto que le hayan hecho un gol así. A mi novia si le cuento que vi o hice un gol bonito, no le importa el resultado, y me dice que le diga cómo fue: para ella, que sabe apreciar las esencias del fútbol, lo demás es especulación o cálculo.
Alguna vez leí que el fútbol era diversión. Yo creo que es así. Pero eso no es lo que piensan los que escriben en los periódicos, ni los que peroran en la radio y la televisión. Allí sólo se habla de los puntos, y se olvidan del sudor tembloroso, del corazón en la garganta, del apoyo entrañable a los que juegan por tu camiseta sobre todo cuando lo hacen bien, y de la exultante explosión del gol. Las derrotas también nos dan una triste felicidad, pues siempre guardamos en el corazón el deseo de una próxima vez, que seguramente será a otro precio. Sin embargo el fútbol de los estadios no es el único fútbol que existe. Si los comentaristas jugaran fútbol yo creo que no dirían nada de lo que hablan con tanta propiedad, como si la bola se pudiera manejar con la facilidad con que ellos despellejan a los jugadores con su lengua, olvidando que en las canchas siempre hay dos equipos, y que las mamás de quienes juegan también tienen radio y televisor.
Muchos jugadores de mi ciudad parecen brasileros en la forma como paran la pelota: la toman con la pierna en arco, y se desplazan con elegancia, salvo cuando tiene que cabecear: ahí pareciera que tuvieran una cabeza cuadrada, expresión de ese temor inconfesable de reconocer que aquí, como en todo mi país, no jugamos al fútbol con la cabeza, sino solamente con los pies.

Texto agregado el 27-04-2009, y leído por 311 visitantes. (0 votos)


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