Mirena estaba en su casa cuando golpearon a su puerta. ¿Quién podría tocar a la puerta? Sus dedos silenciaron el teclado de la computadora y sus pensamientos. Aún si hubiera sonado el timbre le hubiera parecido extraño. En lo alto de su departamento alguien golpeaba a su puerta con la firmeza de quien sabe lo que quiere. Se incorporó como si aún tuviera dudas de la contundente llamada, con pasos temerosos y torpes se acercó a la mirilla y miró. Como sosteniendo la puerta observó el palier vacío como suele estar. Su pupila recorrió el ojito redondo de la puerta a un lado y otro, y también en círculo, y nada. Esta vez los golpes vibraron en sus palmas un instante antes que se retirara bruscamente como si hubiera recibido una descarga. -¿Quién es?, preguntó su voz empequeñecida. -¿Quién llama? El silencio habitual vino a su encuentro.
El silencio habitual se instala con los sonidos familiares por cotidianos, sonidos de las tecnologías que construyen estos nuevos hogares para una sola persona. La torre de la computadora, el motor de la heladera, autos y motos de tanto en tanto, golpes amortiguados que señalan presencias cercanas y distantes, segmentos de conversación en la ventana, y por último los sonidos personales, de manos que hacen cosas, roce de ropa, tripas, suspiros. Así es como todo vuelve a la normalidad.
Entonces sí, Mirena se tapó hasta la cabeza de miedo o de tristeza por encontrar solo silencio detrás de los golpes en su puerta. Valoró el silencio habitual, que fue quien finalmente la arrulló hasta dejarla a merced de los sueños más incivilizados, que sin rastro de restos diurnos, se la llevaron por ahí.
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