El Zaino

Esperaba nervioso en esa verde inmensidad que llegaran hasta él, pero cuando se le acercaban el instinto lo hacía galopar hasta otro rincón del lote, allí lo acorralaron y un bozal colocado con premura le hizo recordar su mansedumbre. El viejo caballo había cumplido veintidós años. Ese día Ramón estaba triste, el zaino se iba para siempre del campo. Los recuerdos vinieron a su mente, hacía veinte años ya que él lo había domado, era un potro de una hermosura salvaje, un caballo criollo puro, su patrón lo había comprado en la feria a buen precio porque estaba sin domar, y parecía que sería difícil hacerlo, era un ejemplar nervioso, con mucho brío. Ramón comenzó con la tarea el mismo día que llegó el animal, lo palanqueó para que tironeara y aflojara el cogote, y como tiraba ese bicho, fueron pasando los días y siempre había un adelanto, sacarle las cosquillas fue todo un reto, pero al final lo logró, la primera vez que lo montó Ramón no duró más de 10 segundos en su lomo, el zaino lo desparramó en el pastizal.
Pasaron varios meses donde Ramón ganaba una y el zaino ganaba otra, hasta que una mañana de invierno hicieron las paces, el zaino se dejó ensillar tranquilo, Ramón cambió el bocado por freno, y salieron a trabajar con la hacienda.
La relación de jinete y caballo, durante estos veinte años había sido estupenda, muy de vez en cuando el patrón cuando venía de Bs.As. con algún amigo, le ordenaba a Ramón que le ensillara el zaino y daba una vueltita por el campo para impresionar a su amigos, el caballo, pese a sus años mantenía un andar altivo e intuía como todo caballo quien sabe dominarlo y quien no, y el patrón no sabía, ese día el zaino aflojó una mano y el patrón que lo llevaba con rienda muy floja, casi se cae, sus amigos se rieron y terminó la cabalgata, le entregó el caballo a Ramón, le dijo por lo bajo soltá a esta mierda al lote grande, después hablamos.
Asado, vuelta a Bs.As. y parecía un asunto olvidado. Hoy hace dos meses de ese día, el patrón había llamado a Ramón diciéndole que vendía al zaino para el tacho, ya estaba viejo y no servía, Pellejero iba a pasar a buscarlo y le iban a pagar $ 1,50 el Kg., calculó que pesaría 400 Kg.
Cuando volvían con el zaino embozalado rumbo al camión de transporte, Ramón se sentía mal, Pellejero comprendió que el zaino para él no era un caballo cualquiera, se había encariñado con el animal y consideraba cruel ese destino para el zaino, pero el patrón lo vendía, ya no sirve esa mierda le había dicho.
Pellejero encaró la manga para subir el zaino al camión, el bicho miraba a Ramón como en una despedida, y un suave relincho fue lo que desencadenó todo, Ramón lo frenó al comprador de caballos para faena, y con lágrimas en los ojos le dijo: lo compro yo. Seiscientos pesos era casi lo que ganaba por mes, serían muchas las privaciones, pero el zaino no podía morir así, él quería que muriera en el campo, en un lote verde bajo el cielo de su pampa.
Y así fue seis años después, y trabajando con su nuevo dueño hasta el último día, murió mientras Ramón lo acariciaba, el zaino estaba tranquilo, su amigo de siempre y ese lote verde fue lo último que vio.