Me convertí en un observador de mamás desde hace tiempo.
No soy raro.
Algunos miran pájaros en el campo, otros observan ballenas en el mar... yo miro mamás.
Desde las novatas con sus críos que les cuelgan de sus pechos vírgenes de hijos, hasta cincuentonas que guían manadas de cachorros ya crecidos y a los que dominan con una mirada.
Situación,,, cualquier bar de mi ciudad, hora pico, clima complicado (ya sea frio o calor). Puerta del bar que se abre y una mamá con los brazos cargados de bolsas de las compras y arrastrando al único hijo que no puede dominar a la distancia. Por detrás la siguen otro par de niños, a los que amenaza y sermonea a viva voz.
Minutos mas tarde, otra madre ingresa. De proporciones generosas (mas ancha que alta) pasa una mirada por encima de todos los presentes, como anticipando que no va a tolerar ser molestada por otros niños y que los propios, a unos pasos mas atrás, ya han probado el rigor de sus regordetas manos, por lo que saben en donde se puede jugar y en donde se debe guardar mesura.
Por suerte esta última se ubica lejos de mi.
A punto de ya de retirarme una jovencita de no mas de 27 años, sus cabellos perfectamente desarreglados, su rostro fresco y sofocado a la vez, traspasa la puerta, como si fuera dueña de un espacio-tiempo personal, que me deja sorprendido.
Para un observador de mamás como yo, fue lo que a un observador de pájaros encontrar al alcance de la mano un hermoso colibrí.
El sol, cómplice de mis ojos, transparenta su vestido de telas hindúes, sugiriendo una figura de placenteras curvas, sin exageraciones ni demasiadas pretensiones.
Como en una propaganda de papas fritas, mi boca se seca y una extraña sed me invade. Bebo de un sorbo lo que quedaba en mi vaso.
No se por qué me seduce tanto ese tipo de mujeres. Me lo pregunto una y mil veces y digo: “es esa forma de llevar el pelo, claro, un desafío a las rubias de peluquería” , o “ es ese paso suave, como flotando, como si fueran seres etéreos”… pero no. Ninguna de esas respuestas me convence.
Pide un café y un jugo para su hijo, de quien recién ahí me percato de su existencia.
Estoy seguro que me vio, lo se. Sostengo la teoría que si alguien me produce semejante electricidad en el cuerpo, es imposible que no sienta algo similar en el suyo, por lo que entonces, como mínimo, esta mamá debiera estar excitada con mi presencia. Digo “excitada” en el sentido de excitación sensorial… léase pulso alterado, nerviosismo , jadeo, etc.
Su hijo (recién descubierto) juega con una galleta que le trajo el mozo, y en un momento crucial, la mira a los ojos y le dice “Tía”.
Mi corazón late en forma desproporcionada y arrítmicamente. Mis ojos la devoran. Sus ojos se cruzan con los míos y adivino una leve sonrisa en su boca.
Me vuelve a mirar y esta vez su sonrisa es mas amplia, sin disimulos.
Empiezo a desarrollar un plan, debo realizar alguna acción, no puedo quedarme sentado en la silla mirando.
Decido levantarme. Ponerme de pie siempre me da valor.
Ella se levante también.
Tengo calculada con precisión la distancia en pasos entre su mesa y la mía. Se exactamente el tono de voz que voy a usar, la postura de mi cuerpo y la intensidad de mi mirada. Estaré calmo pero agresivo. Le transmitiré confianza, pero a la vez avanzaré sin dudas sobre ella.
No se podrá resistir.
Cuando decido enfrentarla, ella comienza a caminar audazmente hacia mi. Recorre tres, cuatro metros. Se acerca con una inmensa sonrisa, mostrando la perfección de sus dientes. Su vestido permiten que sus pechos se asomen parcialmente, como anticipando lo que el destino me tenía reservado.
Mi corazón está a punto de estallar. Voy a dejar que ella me aborde. Estoy paralizado. A medida que se acerca, voy practicando distintas facciones en mi rostro, arqueo cejas, sonrío de costado, dejo que un bucle de pelo me atraviese la frente. Me siento la EXACTA PROPORCION FALTANTE EN LA FELICIDAD DE SU VIDA.
En un cambio de paso y con un movimiento de cintura, me esquiva y sus brazos se extienden en una dirección apenas equivocada a mi persone… y terminan por rodear el cuello de otra mujer que aparentemente se aproximaba a mis espaldas…
Ultima imagen, las dos mujeres funden sus labios en un beso, que podría calificar de innecesariamente expresionista, y tomadas de las manos regresan a su mesa.
Punto a la historia.
Creo que en una sola maniobra, borré todas las facciones de mi rostro, gire sobre mis pasos y tomé mi antigua posición de sentado observador, ahora con un calor en el rostro y en mi ánimo, y una extraña sensación de ridículo.
Parecerá un lugar común o facilista el final del relato, pero para quién lo tuvo que vivir (o sea yo), esa opinión me tiene sin cuidado.
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