El otoño pasó rápidamente, de las hojas caídas solo quedaban nervaduras.
El clima era inhóspito. El hombre hacía muchos años que vivía allí solo, lejos de la ciudad y no quería pasar por este mundo sin alguien a quien amar. ¡Deseaba encontrar un amor! Lo demás no le importaba, sus animales, su chacra, el trabajo, para él ya no eran prioridad, la prioridad era lo que sentía en su alma: hallar una mujer. Quería sentir sus besos, acariciar su pelo, notar su calor. Su pecho se aceleraba al pensarlo.
Decidió que la ciudad sería el mejor lugar donde encontrarla. Sentía que no debía esperar, algo dentro suyo lo impulsaba a emprender el viaje en ese momento.
No ignoraba que pronto empezaría a oscurecer, la brisa era destemplada, en el cielo azulado comenzaban a aparecer nubarrones grisáceos, dispersos que presagiaban una noche fría. No tenía otra alternativa que ir caminando y sabía que si empezaba no podría detenerse o el frío llegaría acompañado de la muerte. La tarea se hizo larga, tediosa y después de marchar un buen tiempo se sintió muy cansado, aunque nada podía hacer, más que pedirle a Dios qué tuviera compasión.
La noche caía apresurada, el seguía caminando sin pausa, aunque cada vez lo hacía más despacio, la oscuridad se acrecentaba y casi no podía distinguir nada. Notaba las piernas agarrotadas y los pies ampollados.
El frío empezó a hacerse presente con más intensidad; no tenía más abrigo que lo que llevaba puesto pero sentía que era poco, todo era poco: la brisa se metía por entre su ropa, llegaba hasta la piel y lo hacía tiritar. Pero él solo pensaba en llegar y en lo que haría cuando llegase. Imaginaba que allí iba a estar ella, esperándolo, que sonreiría contenta, entonces él la abrazaría y una vez abrazados, sentiría calor, ese calor que tanta falta le hacía. Pero en medio de esos pensamientos, la realidad se impuso y era una realidad qué dolía. Dolían lo huesos, dolían los músculos, sentía el cuerpo entumecido, dolía el cuello que tenía encogido entre los hombros. Mientras tanto el viento aumentaba y daba de frente contra su cuerpo. Aunque él se esforzaba por caminar, le resultaba cada vez más dificultoso, su mente quería seguir, pero su cuerpo no respondía, pensó en descansar, se propuso hacerlo solo por un momento. Detuvo su marcha, se acurrucó contra un árbol en posición fetal, tiritando. Juntó las piernas contra su pecho, las rodeó con sus brazos y así se quedó. Perdió la noción del tiempo, dormitó y en algún momento soñó. En el sueño una mujer con el rostro tan bello como jamás había visto, lo recibía tal como él lo había imaginado. Sintió que ella lo besaba, le acariciaba su cabeza y enredaba los dedos en su pelo, sus cuerpos también se enredaban y por fin le pareció sentir el calor que ella le brindaba y gozó, talvez como él nunca antes había gozado, Entonces su pecho empezó a doler, el dolor lo despertó, aumentaba a cada instante, sentía pinchazos por todo el cuerpo, quiso pararse pero ya no pudo, todo era dolor, malestar, angustia, se maldijo por haber dejado de caminar. Trató de incorporarse pero cada vez que lo intentaba el dolor aumentaba. Decidió quedarse quieto, tal vez de esa manera los dolores pasarían y podría seguir su marcha. Solo tiritar le provocaba temblores, pero la intensidad de estos fue cada vez menor. Estaba confundido y en medio de esa confusión su mente solo recordaba el rostro de la mujer soñada y sintió que ella con los brazos abiertos, lo acurrucaba, entonces noto que el calor volvía.
Y lentamente dejó de hacer movimiento alguno.
El sol de la siguiente mañana iluminó y templó su cuerpo vacío, inerte, en medio de ese paraje helado. Su alma lo había abandonado con la mujer de sus sueños.
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