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Pasando en el auto por la carretera, a un lado, se ve el cementerio de la Madre María. Es uno de esos cementerios modernos, sin cruces ni estatuas, apenas lapidas o algo parecido puestas ahí sobre la tierra. Lo que si abundan son las flores; muchos ramos de flores rojos y amarillos, mezclados. Es sin duda un lugar pintoresco cuando la lluvia devuelve el verdor al pasto.
-¿Qué es lo que tanto miras, mija? –me pregunto mi abuelo.
-Nada, solo el cementerio –le respondí, cortante.
Yo creí que él me conocía mejor, y que notaría en mi voz esa tristeza que yo me empeñaba en que todos conocían. No fue así. Una risa escuche; no hay nada peor que escuchar una risa para mi en ese estado. Así estaría de mal.
Tuve que mirar a mi abuelo para saber la causa. Lo supe. Para un anciano el tema del cementerio no debía ser de mucho agrado, y sin embargo sonreía por mis palabras.
-¡Qué cosas tienes, Ana! Tu no tienes por que pensar en eso. ¡Cementerios!
Entonces al decir esa palabra, guardó silencio unos segundos. La carretera estaba sola, y las manos y pies llevaban el auto mecánicamente. Su pensamiento debió estar lejos del asfalto, de la luz. Sonrió de nuevo como si una mágica luz le iluminara, y me miro. ¡Oh! Buen viejo; enfrenta lo inevitable con tanto temple.
-Era solo porque pasábamos por ahí, abuelo –le explique, o más bien, le mentí.
-Bueno, bueno. Yo ya he vivido, y ese lugar no me es tan extraño, pero tú eres tan joven…Un viejo como yo moriría por volver a la juventud.
-Imposible, abuelo –seguí, sentí que no alcanzaba a entenderle.
-No te creas…Anita

Llegamos a casa. El abuelo siguió su camino. Salude a todos y me encerré en la habitación, como todas las tardes, a pensar. ¡Qué malo para los jóvenes pensar tanto! La vida es más vida que pensamiento. Pero yo no lo sabía entonces. Recordé las palabras de mi abuelo, y me dije “acaso no he vivido demasiado ya”
Hay algo en mí que fuerza la realidad a multiplicarse y así lo hacen los dolores, las tristezas, y las pocas alegrías…La imagen del cementerio volvió a mi cabeza. De todas maneras ya lo había meditado tanto.

Decidí que la mejor manera sería colgándome de la barra central del techo de la habitación. Tendría que ingeniármelas para hacer pasar la cuerda por ese agujero tan pequeño, pero no sería imposible. De otra manera, cortarse las venas no es lo más “recomendable”. Un alto porcentaje de los que intentan por este medio tan dramático despierta en la cama de un hospital. Busque la soga en el sótano. Evité las miradas, y regrese a mi habitación. Puse la silla, pase la cuerda, hice el nudo, probé la resistencia al peso…Era el momento. En la mesita estaba la carta, sin quejas, sin lamentos, sin patetismos, solo les dejaba besos y abrazos…
Me coloque la soga al cuello; me puse al borde, deje caer las manos…y de pronto…escuche un alboroto afuera. Escuché la voz de mamá, una especie de grito y muchos pasos. Dicen que existe un decálogo del suicida; nunca lo he leído, pero estoy segura que rompí una de sus reglas. ¿Por qué si yo estaba a un movimiento de abandonar el mundo y todo lo que encerraba, me atrajeron tanto aquellos sonidos? Quería saber qué sucedía, qué le pasaba a mamá, de que hablaba mi hermano…Por supuesto que no salte, o no escribiría esto.
Continuara…

Texto agregado el 25-04-2009, y leído por 92 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-04-2009 ...NO VOY A CONMOVRME POR EL TÍTULO...1* por mala presentación... Murov
 
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