El eco de la noche pronunciaba su nombre, el candor de las rosas rojas lo esperaba, su aroma lo buscaba, y el no llegaba.
Su amada con esperanzas a flor de piel, esperaba con su bella sonrisa el feliz encuentro.
Con el regalo en las piernas, nerviosa, sus grandes ojos fijos solo miraban al horizonte, esperando la silueta de su amor, para correr hacia él y robarle infinitos besos de gloria.
Él no llegaba, solo la lluvia con sus nubes grises, esa que mojaba el viejo jardín y extinguía la sonrisa de su galanteada, preocupada y temerosa.
Nunca llego. Sus impotentes ojos, solo miraron al viejo jardín, la noche se había ido, las rosas, marchitas, se rindieron en el suelo mojado.
Vencida por la tristeza, mojada, sale del viejo jardín mientras desaparece con la noche.
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