Que dulce adormecimiento me abotarga desde hace un tiempo, narcotismo completo en cada fibra. Te fuiste y ya no hay espera.
Segundos vestidos de siglos en cada arrastre del reloj que ya no camina con pasos leves y marcados, sino que se desliza rápida y sutilmente flotando en los rincones de mi vida, aquellos oscuros y con olor a recuerdos perdidos en un cajón que nunca mas revisaré.
Será que he envejecido, o que mi forma de enredarme con la realidad se ha teñido de alguna sustancia extraña, desconocida para el que fui en otros tiempos.
Una miel no destilada por criatura conocida, una miel espesa, parecida a la escurrida de los corazones sin cuerpo y sin nombre, endurecidos por los embates bravíos y constantes de mi tristeza, mi amiga la tristeza. He ahi los ojos de esa mujer, o de esas mujeres que han sabido tomar caminos alejados de los míos.
Mis brazos y piernas se han ido como aire y mi corazón se hundió en la tierra de donde nunca debió salir. El agua apenas se dejo ver alguna vez en la orilla de mi vida, y mi mente solo llameó débil como la efímera, como el cometa perdido que no regresará, en el final.
Y ahora la medianoche dormida y plena, sin compañía, sin tiempo, sin espacio, sin espera. |