Creo que fui alguien normal por demasiado tiempo, era niña, si… no tenía por qué importarme el ser como todos, el seguir sus crueles juegos, el obedecer sus estúpidas leyes, el dejarme manipular por ellos: por todos.
No, no me importaba ni me importa mucho ahora, cuando todo ha quedado tan lejos, pero quería empezar por el principio como aconsejan.
A ver si consigo ver el resquicio por el que mi imaginación escapó y comenzó a tapizarme los paisajes.

Ahora no estoy loca, suponiendo que la locura es una anormalidad de la sociedad…
Entonces no tendría validez si declarara que toda la sociedad ve y hace las mismas locuras que yo. Toda ESTA sociedad, claro… la que habita, por así decirlo, el sótano del mundo en el que me crié donde tenía mi hogar, mi absurda familia y mis baratos amigos.

Me costó mucho encontrar papel y una pluma…
“El mundo de debajo del mundo” le decimos, ojala fuera tan fácil como suena, de ser así ya habríamos escapado trepando por las cortinas rasgadas de este cielo (falso?) donde (falsas?) nubes se pasean con naturalidad…
Para verse tan real yo tendría que ser ficticia también… (y quien me dice que no?)
Pero son exactamente estas, las suposiciones que he estado evadiendo para proteger la escasa cordura que todos conservamos. La delgada línea que nos impide atravesar los pocos límites que nos quedan en pie.

Que complicado…

Como decía, fui normal por demasiado tiempo. Lo suficiente como para que me afectaran esos estúpidos juegos y esas crueles leyes que se me hacen tan inofensivas ahora que tengo mis armas cargadas… que inocentes éramos entonces.

Y fui normal hasta que comencé a ver los túneles. Se me aparecían en todas partes… en pasos bajo nivel, en ventanas que daban al vacío, en las entradas de los estacionamientos, en los puentes, etc. Cualquier cosa que se asemejara un arco me lanzaba reflejos malvados; Me llamaba.

Y tras mirarlos como imbécil unos cuantos minutos la realidad se distorsionaba deliciosamente, todo lo que estaba de este lado se volvía oscuro, opaco, gastado y lo que estaba del lado contrario (en el interior mismo del portal) brillaba misteriosamente… las casas en blanco, rojo y púrpura, el atardecer en naranjas y rosados imposibles, el anochecer en amarillos, verdes y azules rabiosos, la noche con sus estrellas plateadas, danzarinas, punzantes… y el amanecer con sus reverberaciones doradas y celestes.

El portal en cuestión se retorcía, se ampliaba y me daba la bienvenida con sus orillas ronroneantes de pequeños insectos, animales: todos llamados del otro lado por aquella magia irresistible y cegadora.

Y que iba a hacer yo?
Que no era más que otro animal ciego y aturdido, como una polilla que se flagela felizmente contra la fuente de su embrujo hasta fundirse a él, hacerse parte de su maravillosa inexistencia, de su exquisita ilusión.

Luego dejé de ser una niña. Un día de esos mi vida por fin dio en el clavo y todas las personas en quienes confié me dieron la espalda (fue un día jueves, yo sólo necesitaba/buscaba/deseaba la excusa de un día de tortura, nada más).
El túnel más grande abrió sus puertas para recibirme acogedoramente en sus brazos, con un horizonte negro bañado por una franja naranja penetrante donde se mezclaban el atardecer y el anochecer con sus colores suicidas…
No podía pedir nada más del mundo de este lado, ya lo había visto todo y nada valía la pena realmente.

Me fundí en la oscuridad y el túnel se convirtió en abismo, y el abismo en mundo.
Y el hermoso espejismo se transformó y me mostró sus garras…
… como ya podrán suponer. Fue demasiado tarde.