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El ser humano es tan -o tan poco- evolucionado hoy como lo era hace cien, mil o dos mil años. Sucumbimos frente a los mismos padecimientos que lo hicieron Hendrix, Carlomagno y Sócrates.
Una mirada optimista se opondrá a mi afirmación argumentando que con el pasar del tiempo, descubrimientos científicos permitieron combatir cientos de enfermedades y de esa forma incrementar abismalmente nuestra esperanza de vida. Pero ¿qué nos hace pensar que prolongar nuestro paso por esta tierra significa evolucionar?
Tanto el hombre contemporáneo como Hendrix, Carlomagno y Sócrates son y fueron incapaces de controlar sensaciones tan básicas como fundamentales como lo son la felicidad y la tristeza, el amor y el odio, la calma y la angustia. Cumplimos un sueño y somos felices, dejamos de cumplir uno y estamos tristes; hayamos a alguien especial y nos enamoramos, nos hacen daño y odiamos; en un momento de paz sentimos calma y en uno de cambios nos angustiamos. Fuimos, somos y seremos mientras no evolucionemos, esclavos de circunstancias.
Y la evolución se habrá logrado el día en que podamos independizarnos de ellas. El día en que sentir felicidad, amor y calma sea una decisión y no un acontecimiento.
Y creo fervientemente que eso es posible. Así como creo que los avances científicos son un patraña y que la medicina que nos regala el don de morir en estado deplorable, postrados en una cama y con un cuerpo irreconocible por el paso del tiempo, atenta contra esa evolución.
La gran mayoría de los medicamentos no hacen más que activar los mecanismos de defensa que naturalmente tenemos en nuestro cuerpo. Nos duele la cabeza y una aspirina le dice a nuestros “bichos” que se pongan a trabajar. Pero somos nosotros quienes contamos naturalmente con la capacidad de sanar; si no lo logramos se debe simplemente a que nos encontramos en una circunstancia en que dicha capacidad se ve limitada. Una vez más, esclavos de circunstancias.
Tuve una etapa de mi vida en que sentía felicidad, amor y calma, y ninguna sustancia externa fue necesaria para estar sano de cuerpo y alma. Una etapa en la que la mera decisión era suficiente.
Pasa que tenemos la capacidad pero no tenemos el conocimiento. O no tenemos la voluntad. Y no me refiero sólo a la medicina tradicional. Pensemos en la medicina natural, o en sustancias que consumimos para escapar de la realidad de las circunstancias. Consumimos una flor psicotrópica como es el peyote para alcanzar un estado de autocomprensión, que lo único que hace es activar o desactivar ciertos caracteres que naturalmente poseemos y que deberíamos poder controlar a voluntad. Para dar un ejemplo, en uno de mis viajes de peyote en el desierto mexicano, adquirí la capacidad de identificar cada especie vegetal por separado, haciendo invisibles a todas las restantes. Y quiero creer -y creo- que no fue algún tipo de alucinación, sino simplemente la materialización de una capacidad innata relegada. O fumamos marihuana para relajarnos. ¿Acaso no tenemos naturalmente esa capacidad?
Considero que nos desaprovechamos, que podemos hacer mucho más de lo que hacemos y por simple decisión. Que no requerimos medicinas para sanar ni drogas para volar y que tenemos la capacidad de decidir sentir felicidad, amor y calma.
El ser humano es grandioso por naturaleza y el sistema lo engaña y lo corrompe. Todo lo que necesita es darse cuenta de que él es todo lo que necesita.

Texto agregado el 24-04-2009, y leído por 172 visitantes. (2 votos)


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