¡Un traguito más, así se me pasa el frío!
Una noche particularmente fría, la gente corría para llegar a sus hogares, el frío era insoportable.
Todos pasaban delante de aquel hombre, sentado en ese banco de la estación, sin percatarse de él.
El frío atormentador obligaba a moverse, él sólo atinaba a besar esa petaca cada tanto, buscando calor y refugio en ella para vencer el frío.
Sólo Martín, un muchacho ciego, reparó en aquel ser, del cual a diario, recibía un cálido saludo que hoy, nadie respondió.
Irónicamente él, que no podía ver, fué el único que notó en aquel silencio tajante, que el pobre hombre, adormecido por el alcohol, había muerto en la estación. |